El amor, beneficio probado del deporte: «En nuestra primera cita, acabé en el hospital»

Lucía Cancela / Lois Balado LA VOZ DE LA SALUD

VIDA SALUDABLE

Alba y Rubén, junto a sus perras Isil y Lyon, se conocieron en un club de triatlón.
Alba y Rubén, junto a sus perras Isil y Lyon, se conocieron en un club de triatlón. CESAR QUIAN

Varias parejas formadas gracias al deporte dan fe de cómo las actividades grupales favorecen el vínculo social porque en ellas interviene la oxitocina

29 sep 2025 . Actualizado a las 05:00 h.

«El ejercicio provoca la liberación de dopamina y endorfinas, que son clave en los procesos de recompensa cerebral», comienza explicando José Ángel Morales García, neurobiólogo del Departamento de Biología Celular de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid. «Sucede también cuando comemos comida basura, o chocolate y nos sentimos muy bien. La dopamina está muy relacionada con el enamoramiento», continúa y, tirando de memoria, referencia estudios de neuroimagen que trataron de estudiar la activación de dopamina en regiones similares «cuando practicamos ejercicio y cuando pensamos en una persona amada». También se ven involucradas las famosas endorfinas, que «además de generar bienestar, producen un estado de euforia leve que puede favorecer la apertura social y el contacto positivo con los demás», precisa el neurocientífico que menciona, por último, a la oxitocina y a la testosterona. «Se generan al hacer ejercicio y están relacionadas con la cercanía interpersonal, la atracción sexual y la percepción de lo atractivo».

Noelia Samartin, psicóloga especializada en Neurociencia, descarta que pueda haber una relación directa entre amor y ejercicio: «El deporte en grupo favorece el vínculo social. Uno está más abierto a hablar, es un ambiente relajado y se pueden encontrar cosas en común», precisa. La experta explica que, en lo que comúnmente se conoce como amor, se suceden dos fases: una primera que está motivada por el deseo sexual y, una segunda, donde se habla de enamoramiento. En cada una intervienen unas hormonas u otras —en la inicial la testosterona, en la final, la oxitocina o la dopamina—; sustancias también presentes con la práctica de ejercicio. «Ahora bien, no se puede establecer una causalidad, existen otros muchos factores», añade.

Apuntaba a drama, pero fue comedia romántica

Era el año 2016 y Alba, que entonces tenía 33 años —esta semana cumplirá los 43—, afrontaba una nueva etapa de su vida, abierta a experiencias de todo tipo. El gusanillo del running ya le había picado hacía tiempo. Lo típico, una Carrera de la Mujer, una San Silvestre y alguna prueba de diez kilómetros asequible. Y dio un paso más. «Me apunté a un club de triatlón. Fue por una amiga que me habló de él. Llamé y me apunté con la idea de conocer a gente», recuerda.

Fue en un entrenamiento, a los pies de la Torre de Hércules, cuando conoció a Rubén. Le llamó la atención, aunque quizás el mérito no fuese tanto suyo como de su perra Lyon, una galgo que realizaba junto a él las series de 500 metros. «Ella era una más», recuerda. Lyon ejerció de celestina cuadrúpeda. «Me acerqué y le dije: ‘‘Jo, qué linda es’’», cuenta todavía con la ternura del momento vívida. Si al cóctel de feromonas y dopamina, se le añade un perro, es difícil que de ahí no surja algo.

«Me dijo que esa semana iba a adoptar a otra. Que, por su trabajo, la pobre estaba un poco solita en casa. Que quería que tuviese una hermanita, alguien con quien entretenerse», relata Alba. Y claro, la ocasión la pintan calva: «Me dijo que, si quería, un día quedábamos y me la enseñaba».

Y quedaron, efectivamente. Fue un café en una terraza, con los cuatro de cuerpo presente en un guion de primera cita nada inusual. Hasta que llegó el momento de marcharse. «Yo me iba a entrenar», explica, pero su destino sería otro. Cuando ya estaba con las llaves del coche en la mano, Rubén llamó a sus perras, que correteaban por un parque anexo. Ambas iban unidas entre sí por una correa y, al recibir la orden de regreso, pasaron una por cada lado de Alba, haciéndola volar. «Y ya no recuerdo nada más. Me desperté en mi coche, en el asiento del pasajero. Le pregunté qué pasaba y qué hacía el ahí», dice, y aunque podría parecer que un evento de esas características calaría el arranque de cualquier amor, llevan casados desde el año 2018. Ahora, son seis en la familia.

Rubén, tras acompañarla durante todo el tiempo en su chequeo de rigor en el Chuac —un momento no excesivamente cómodo, ya que Alba sufrió una amnesia temporal por el traumatismo y no dejaba de insistir al personal que no conocía de nada al señor que le acompañaba—, arropó a Alba durante toda su convalecencia. Aquel desconocido conocido —los dos adjetivos al mismo tiempo— acabó por ser su marido y el padre de sus dos hijas.

La maternidad por partida doble ha apartado temporalmente del asfalto a Alba. Rubén sigue corriendo, aunque ya no se mete el tute que solía. A su historia, no le falta de nada.

Romance de mediofondo

El deporte también unió a Roberto Pérez y a María Dolores González, de 57 y 56 años. Ambos fueron dos grandes mediofondistas en los años noventa, él competía en los 1500 y ella, en los 800. «Me vine a vivir a A Coruña en 1986 desde As Pontes, donde también hacía atletismo», recuerda María Dolores, conocida en este mundo como Mado.

Mado y Roberto, ambos mediofondistas en los noventa, supieron compatibilizar su amor con el deporte de alto rendimiento.
Mado y Roberto, ambos mediofondistas en los noventa, supieron compatibilizar su amor con el deporte de alto rendimiento. MARCOS MÍGUEZ

Se conocieron en 1987; antes, no habían podido coincidir en las pistas de Riazor. Y lo que unió una cena del club, nadie ha podido separarlo. Ni siquiera, el deporte de alto rendimiento. «Viajábamos juntos a las concentraciones de la federación española, íbamos a las competiciones, porque casi corríamos en lo mismo», recuerdan estos dos campeones de España.

Cuando Roberto lo dejó, cerró la puerta del ejercicio para siempre. Mado, en cambio, siempre se ha mantenido más ligada. Es profesora de la Universidad de A Coruña y psicóloga del deporte, además de ser entrenadora del club La mochila del deporte, que fundó en el 2014 junto a su hermana Elena, también atleta. No duda de que el ejercicio tiene la capacidad de unir a personas a todos los niveles: «Es un espacio común, compartes un estilo de vida con alguien y un buen momento al aire libre», apunta.

Tania y Roberto tratan de inculcar, tras conocerse gracias al deporte, los valores de esta práctica en sus tres hijos.
Tania y Roberto tratan de inculcar, tras conocerse gracias al deporte, los valores de esta práctica en sus tres hijos. CESAR QUIAN

Tania Ferreiro y Roberto López se conocieron hace once años, también, en una cena del club al que se apuntaron para salir a correr, Nosportlimit. Esta pareja, de 45 y 49 años respectivamente, tratan de inculcar el valor de hacer deporte a sus tres hijos. El mayor juega al fútbol, «la niña ha probado distintas disciplinas, pero ahora se ha decantado por el baile», y el pequeño disfruta de la bici, como su padre.

Tania acompaña a Roberto a las carreras, y cuando todos pueden, salen a andar en bicicleta en familia. «El deporte nos da libertad mental, bienestar físico y, como pareja, más unión, poder compartir momentos juntos y disfrutar de otra manera», responden ambos. En la actualidad, él hace Ironman —una disciplina de triatlón con 3,8 kilómetros de natación, 180 de ciclismo y una maratón de carrera—. Con el tiempo, ella dejó de correr y opta por actividades grupales: pilates, barre o fitboxing. En esta familia, lo importante es moverse.