
a bajada de telón definitiva de Saleta Fernández en su particular caminata por el deporte de alto nivel tuvo lugar el pasado sábado en la pista madrileña de Gallur, después de una carrera llena de éxito y bonanza, pero también de su reverso de miseria y penitencia.
Pero nada nuevo bajo el sol, mañana también seguirá siendo así, cuando se haya despojado de todo vestigio atlético. No por conocida y anunciada desde hace tiempo en su circulo más cercano no deja de tener esa connotación sentimentaloide que deja el poso de una trayectoria que comenzaba en el colegio de A Gándara con la ilusión de una de tantas niñas que se acercan al deporte con el objetivo prioritario de disfrutar de la compañía de sus amigas en un ambiente sano. Sería después, cuando marchaba a Pontevedra al Centro Galego de Tecnificación Deportiva, cuando comenzaría de la mano de Santiago Ferrer su coqueteo con el alto rendimiento y el empujón definitivo de lo que vendría después.
Y lo que llegó fue una marisma de triunfos granados de espectacularidad en las categorías inferiores. Victorias logradas a base de talento, trabajo, entusiasmo y carácter. El mismo carácter que la llevaría a dejar la ciudad de Lérez y apostar, junto a su familia, sin titubeos para encaminar su fase definitiva como atleta de élite en Santander, junto a toda una leyenda del atletismo nacional como es la, esta sí, campechana figura de Ramón Torralbo, artífice de su asentamiento en la élite nacional y vector definitivo en el engrandecimiento de su currículum como atleta. Con él llegaron los títulos nacionales absolutos y la internacionalidad absoluta. Sin duda, los dos grandes logros que se lleva en el plano puramente resultadista.
Queda la mácula de poder haber tomado parte en unos Juegos Olímpicos, pero aún así, fue capaz de fraguar en unos pocos años un palmarés que difícilmente será mejorable en la onírica Ribeira Sacra.
Dotada de un talento y de una genialidad natural para la práctica de su disciplina deportiva, el salto de altura, Saleta ha afrontado su peripecia atlética con una valentía quijotesca y un amor a este deporte que a mí, particularmente, me ha llegado a emocionar. Y lo digo porque hay que alejarse del raciocinio y enfrascarse en la pasión para poder entender cómo puedes afrontar esa pasión como tu profesión cuándo no existe el principal requisito de la misma, una remuneración necesaria para seguir afrontando el deporte de alto nivel con garantías.
En este país, el ejercicio físico de élite para atletas que no son medallistas olímpicos es trampantojo cruel que solo se sostiene desde la fe del deportista. Y hasta en su despedida, cuando los dolores acechan y franquean la ilusión, Saleta ha sido la más lista. De los sitos hay que irse siempre cinco minutos antes de que te echen.
Queda, en definitiva, la impronta de una atleta superlativa que ha armado una carrera fascinante, donde la plasticidad y belleza han jalonado y ornamentado el recuerdo de lo que quedará. Que es mucho y bueno. Ha sido una excelente orfebre en lo suyo. Ha construido catedrales de emoción. Pero por encima de todo, ha granjeado un capital humano que es el mayor activo para ese futuro inmediato que se le presenta. Porque que nadie se engañe, lo mejor empieza ahora.