Los problemas de salud mental, al igual que cualquier otra dolencia de tipo físico, necesitan de atención profesional especializada para paliar el sufrimiento que generan. Esta atención debe ser rápida, eficiente y coordinada, y se deben movilizar de entre todos los recursos que tenemos disponibles, aquellos que resulten más adecuados para cada caso. Esto es importante debido a que, como en cualquier otro ámbito más allá de la salud mental, del modo en que se responda ante una necesidad dependerá que el problema se resuelva de una manera adecuada o por el contrario se complique o se cronifique.
Cuando esta respuesta falla o se demora en el tiempo, hay consecuencias. El problema empeora, se agrava… y en muchas ocasiones la forma de resolverlo también se va haciendo más compleja. En el caso de las enfermedades mentales, sobre todo si hablamos de enfermedades mentales graves, una atención inadecuada implica un agravamiento de síntomas que puede llevar a una situación en la que la persona no sea capaz de mantener un funcionamiento normal que de otra manera sí sería capaz de conservar. Esto hace que la persona pueda comportarse de una manera diferente a lo que es habitual en ella cuando está estable, llegando a hacer cosas que a los demás les resultan extrañas, inapropiadas o que generan alarma social.
En estos casos, se tiende a responsabilizar a la persona de sus actos sin tener en cuenta que la comprensión de los mismos y su intención pueden verse alteradas. En estas situaciones, la responsabilidad va más allá del propio individuo alcanzando una dimensión colectiva, ante la que el sistema debe ser capaz de dar una respuesta adecuada a las demandas y necesidades que se le presentan.
Se requiere que tanto la familia como la comunidad participen dando la voz de alerta ante casos de desatención o respuesta insuficiente, en lugar de mirar hacia otro lado esperando que sea otro el que se ocupe de resolver el problema.