Leo con tristeza en La Voz que las autoridades se plantean clausurar el Anchoas. Al parecer, el pequeño chiringuito, que despacha, entre otras cosas, refrescos y cerveza de barril en la ribera del Cabe desde el año en el que mataron a Kennedy, no tiene licencia. Vaya. Espero que no se les ocurra buscar en el registro la licencia de apertura del convento de las Clarisas o de la Torre del Homenaje.
Pocos lugares han compartido las inquietudes de gente tan distinta al mismo tiempo. Gente guapa y gente fea, jóvenes y mayores, locales y forasteros. Siempre en armonía, siempre con el objetivo común de respirar un poco de paz cuando el calor aprieta junto al perezoso discurrir del río. En todos estos años en el Anchoas se han sellado acuerdos, se han conjurado amores, fortalecido amistades, florecido ideas, perdonado afrentas… Por alguna razón, el pequeño kiosco (o la brisa del río) neutralizaba lo peor de nosotros y nos devolvía a la idea del mundo como un lugar feliz.
Se podría decir aquello de que no eres de Monforte si nunca te tomaste allí un porrón de cerveza con unas aceitunas. Yo me tomé unos cuantos y los guardo todos con gran cariño en mi memoria. Si el Anchoas está en temporada, nunca vuelvo a Monforte sin detenerme allí. Así que lo lamento por los que ya nunca podrán disfrutar de ese placer y lanzo desde aquí, a quienes firmen la orden de derribo, mi mas sincera enemistad, por no decir otra cosa.
Hay que respetar los símbolos. Aunque para respetarlos hay que conocerlos. No me cabe en la cabeza que esa orden infame la firme un monfortino porque, y esto es indiscutible, Monforte no será mejor sin el Anchoas. Al contrario.