Antonio Ibáñez convirtió con sus propias manos un pedregal de 25.000 metros en un vergel lleno de aves

lorena garcía calvo
lorena.garcia@lavoz.es

Antonio Ibáñez tendría unos 26 años cuando, acompañado de su padre, se sentó en una mesa del Círculo das Artes para cerrar la compra de una finca en Outeiro de Rei. «Le llamaban A Xesteira, imagínate cómo sería. La compré sobre plano y de lo espesa que estaba la maleza no se veía nada. Creo que hasta le di pena al paisano que me la vendió. Aquello era un pedregal, una cantera y una escombrera». Un terreno imposible, de 25.000 metros cuadrados, que acabaría convirtiéndose en el vergel que acoge Avifauna, un centro de interpretación de la naturaleza tan desconocido como impresionante. Igual que la historia de su impulsor.

«A mí siempre me habían gustado muchísimo la naturaleza y los animales. No tenía aldea y a veces me iba a Os Ancares con el cura de Rao y disfrutaba allí del entorno, para mí era una filosofía de vida». Delineante de profesión, lo primero que Antonio hizo cuando aprobó una oposición en educación fue comprar la finca. Aspiraba a un lugar en el que levantar una casa y tener sus animales, pero tuvo que picar mucha piedra, literal y figuradamente, para convertir aquella toxeira en el edén que hoy sirve de hogar a unas 150 especies de aves originarias de todo el planeta.

 

Antonio Ibáñez comenzó a dar vida a Avifauna hace cuarenta años
Antonio Ibáñez comenzó a dar vida a Avifauna hace cuarenta años ALBERTO LÓPEZ

«Todo lo que aquí se ve lo he construido yo con la ayuda de un chaval. Siempre he sido un milmañas. Cuando compré el terreno, en pleno invierno acababa de cenar, cogía un proyector y me venía de noche con el ladrillo y la hormigonera. Los paisanos me llamaban el loco de la colina». Poco a poco fue cerrando la enorme finca y plantando algunos árboles, pero no al azar. Su mente de delineante le impulsaba a crear paisajes, a adelantarse al futuro e imaginarse cómo serían los escenarios cromáticos que dibujarían las hojas. Replicó cuevas, jugó con los colores. Visualizaba un jardín del Edén en el lugar donde solo se veían toxos.

  

En Avifauna se pueden ver aves de unas 150 especies originarias de todo el mundo. Hay, por ejemplo, cigüeñas negras
En Avifauna se pueden ver aves de unas 150 especies originarias de todo el mundo. Hay, por ejemplo, cigüeñas negras ALBERTO LÓPEZ

La llegada de los animales

Los primeros bichos que cruzaron las puertas de lo que hoy es Avifauna no fueron aves. «Me fui a la feria de Rábade y compré todo lo que se movía. Un cerdito, un conejo, de todo… Y me vine para aquí a cuidarlos. Tuve hasta una cabra, todo doméstico».

Pero las ganas de Antonio de disfrutar de la naturaleza no se paraban ahí. El profesor veía que la distancia entre los jóvenes y su planeta era cada vez mayor, y él quería poner su granito de arena para volver a conectar a la gente con la tierra. «Si le dices a un chaval que te enumere doce futbolistas, no habrá problema. Si le dices que te enumere doce pájaros... Yo quería un lugar en el que los chavales pudiesen venir y reencontrarse con la naturaleza».

Por si esa ilusión no bastase, durante una visita a Santillana del Mar se quedó prendado de su zoológico y su entorno. «Tenía hasta una casa y pensé, ¿y yo por qué no voy a tener algo así?».

En Avifauna se pueden ver aves de unas 150 especies originarias de todo el mundo
En Avifauna se pueden ver aves de unas 150 especies originarias de todo el mundo ALBERTO LÓPEZ

El nacimiento del aviario

Cuando Antonio decidió crear su propio parque de animales se debatía entre un mariposario y un aviario. Ganó lo segundo. «La primera pareja de aves del parque fueron pavos reales. Fui con un amigo a comprárselos a un señor a su casa, no me llegaba el dinero para la pareja, así que yo compré uno y mi amigo el otro. ¡Pero veníamos más felices...!». Luego llegarían los faisanes, «aquello ya era una pasada», más tarde los faisanes dorados, los patos, las cigüeñas, los avestruces, las águilas... y así hasta más de un centenar de animales.

Al principio, las amplias jaulas de las aves eran de madera, pero la humedad las destrozaba así que hubo que buscar una solución. «Hice un curso de soldador, aprendí a forjar, electricidad, albañilería. Según iba necesitando, iba aprendiendo cosas. Para mí es totalmente enriquecedor. Aprendes geografía para saber de dónde llegan los pájaros, biología para cuidarlos... Fue toda una aventura porque por entonces no había Internet. Soy un autodidacta pero tengo la ventaja de que tengo mucha capacidad de dedicación. Nunca decaí a pesar de tener muchos problemas», expone el director del Politécnico de Lugo.

Con los años, a base de esfuerzo, de dedicación y de mucha inversión, y con la ayuda de unos amigos que acabaron convirtiéndose en socios, el edén de Antonio se transformó en un gran parque de aves. «En el año 2000 la Xunta me propuso abrir el parque a la gente y lo gestionamos todo. Pero de repente llegó el Prestige. Se pararon todas las ayudas y ya no sabíamos qué hacer, pero decidimos seguir adelante, ya habíamos pedido hasta un crédito». Y así fue como Avifauna se convirtió en un centro de interpretación de la naturaleza abierto a todo aquel que quiera visitarlo. El sueño de Antonio, con mucho esfuerzo, está volando solo.

En Avifauna se pueden ver aves de unas 150 especies originarias de todo el mundo. El casuario, un dinosaurio, tiene veinte años y muy malas pulgas
En Avifauna se pueden ver aves de unas 150 especies originarias de todo el mundo. El casuario, un dinosaurio, tiene veinte años y muy malas pulgas ALBERTO LÓPEZ

El convenio con la Diputación, clave para la continuidad del parque

Avifauna es un parque privado pero que cuenta con un convenio con la Diputación de Lugo sin el que le sería inviable subsistir. El ente provincial financia todas las actividades de educación ambiental, y gracias a eso Antonio cubre más o menos el mantenimiento de los animales. La ayuda inestimable de sus amigos y socios es otra pata de la mesa económica del lugar, en el que Antonio ha invertido tiempo y dinero a lo largo de 40 años.

La venta de entradas también cubre una parte importante del presupuesto anual. «Con unas pocas visitas más ya cubriríamos. Las entradas para los adultos son a 10 euros y las de los niños a 7».

La ayuda de voluntarios, la colaboración de la facultad de Veterinaria, algunos promotores que apadrinan aves, y pequeñas colaboraciones, aportan también para que el aviario pueda seguir adelante.

En Avifauna se pueden ver aves de unas 150 especies originarias de todo el mundo. Este guacamayo, por ejemplo, tiene cerca de 40 años
En Avifauna se pueden ver aves de unas 150 especies originarias de todo el mundo. Este guacamayo, por ejemplo, tiene cerca de 40 años ALBERTO LÓPEZ

«Es una filosofía de vida, no se trata de construir jaulas ni encerrar bichos»

Cruzar las puertas de Avifauna es sumergirse en un vergel. La vegetación crea ambientes y diferentes espacios cromáticos, hay pequeñas cuevas, y el fondo de muchas jaulas está pintando con motivos relacionados con la especie que albergan. Si proceden de Asia, al fondo se pueden ver Budas, por ejemplo. «Esto es una filosofía de vida, no se trata de construir jaulas ni encerrar bichos», explica Antonio.

De hecho, lo que intenta es que los animales estén en el mejor entorno posible y que los visitantes puedan verlos de cerca sin molestarlos. Tanto es así, que hay espacios con puertas dobles, de forma que el visitante puede acceder al interior de las gigantescas jaulas y ver los pájaros sin red de por medio.

Hace ya muchos años que Antonio no compra aves para el parque lucense. «Solo cambio o recojo de gente que los tiene en casa o de los centros de recuperación, aves irrecuperables con las que intento criar. Tengo un centro de cría y cambio con otros criadores legales».