Aseguran en el PSdeG que la militancia toda es una piña en torno a su líder, que lo del miércoles en Lugo no puede interpretarse como síntoma de una crisis en el partido que aspira a encabezar la alternativa al PP de Feijoo. Puede que de ese modo se perciba desde los despachos de quienes nunca abren las ventanas por miedo a que el viento les lleve los papeles. Es posible que (casi) todos los militantes sigan convencidos de la fortaleza de su líder, pero bastó con uno, solo uno de ellos, que es alcalde porque lo han querido sus vecinos y diputado provincial porque lo eligieron sus compañeros de partido, para abrir una importante vía de agua en la nave.
Porque la desobediencia del alcalde de Becerreá a las directrices de su partido no solo permitió devolver al PP el poder provincial de Lugo -el que ostentó durante tanto tiempo y de forma tan particular el desaparecido Cacharro- e impidió que otro socialista tomase el relevo al ahora máximo dirigente de los socialistas gallegos. Además puso de manifiesto que interpretar la voluntad popular con alianzas de conveniencia, como tantas veces se ve por más que traten de venderlo como una lectura cabal de la voluntad del pueblo cuando no hay mayorías suficientes para gobernar, tiene sus tachas.
Manuel Martínez no quiso que le hiciesen un Orozco. Es decir, quien en primera instancia había sido elegido por los socialistas para presidir la Diputación, no quiso ser (como fue el exalcalde lucense) la moneda para pagar el peaje que exigían por su apoyo quienes perdieron las elecciones. Y lo que algunos interpretan como una traición que solo da ventaja al adversario, muchos ciudadanos lo ven como un gesto de dignidad.