¿Por qué guarda la Universidad de Lisboa la cabeza de un asesino en serie de Lugo?

André Siso Zapata
André S. Zapata LUGO / LA VOZ

SAMOS

La cabeza de Diogo (o Diego) Alves se conserva en un tarro de formol en la Facultad de Medicina de la Universidad de Lisboa. Las crónicas de la época aseguran que se estudió su cerebro para tratar de explicar si su maldad criminal era algo fisiológico, pero otros investigadores sostienen que quizás se conservó simplemente a modo de recuerdo por haber sido el último condenado a muerte en la ciudad de Lisboa.
La cabeza de Diogo (o Diego) Alves se conserva en un tarro de formol en la Facultad de Medicina de la Universidad de Lisboa. Las crónicas de la época aseguran que se estudió su cerebro para tratar de explicar si su maldad criminal era algo fisiológico, pero otros investigadores sostienen que quizás se conservó simplemente a modo de recuerdo por haber sido el último condenado a muerte en la ciudad de Lisboa. UNIVERSIDAD DE LISBOA

Las crónicas de la época le atribuyen hasta 70 muertes a Diogo Alves, nacido en el municipio de Samos a principios del siglo XIX. Su figura es parte de la cultura popular en el país luso

26 may 2024 . Actualizado a las 19:09 h.

Diogo Alves tenía 29 años cuando fue capturado por las autoridades portuguesas y fue condenado a morir en la horca. El criminal, en ese momento, pasó a formar parte de la cultura popular lusa. Hasta hoy, su figura ha permanecido en la memoria del país como la de uno de los grandes asesinos en serie de su historia. Pero Diogo —o quizás «Diego»— no siempre fue un peligroso delincuente. 

La historia del criminal arranca en el año 1810 en una aldea del municipio de Samos, en la provincia de Lugo. Las crónicas de la época relatan que Alves nació en el seno de una familia campesina del corazón de la región. Entonces, nadie podía presagiar que aquel niño de origen lucense iba a terminar acusado de hasta 70 crímenes de sangre.

Alves se trasladó a Lisboa siendo un adolescente. Como muchas familias gallegas, la falta de oportunidades y la pobreza de principios del siglo XIX hizo que tuviesen que emigrar, principalmente, para trabajar en casas de personas de la clase alta lisboeta. 

Doscientos años después de que se convirtiese en un personaje inherente a la crónica negra portuguesa, todavía no está claro qué parte de su historia es real y cuál solo un mito. Lo único seguro es que su cabeza, separada de su cuerpo tras ser ejecutado, se conserva hoy en día en un tarro lleno de formol en la Facultad de Medicina de la Universidad de Lisboa

Malas compañías

Alves llegó a la capital lusa siendo un adolescente. Sin embargo, el relato que ha llegado hasta la actualidad sostiene que desde muy joven se vio inmerso en un modo de vida complicado, y que hizo unas amistades que lo llevaron al alcoholismo y a la delincuencia

Entonces, las crónicas de la época cuentan que Diogo se enamoró de Gertrudes María, la dueña de una de las tabernas que frecuentaba. Los folletos de principios del siglo XIX culpaban a la mujer de manipular al lucense para que, de la mano de su cuadrilla de amigos, cometiese violentos atracos para conseguir dinero que compartir con ella. 

Sin embargo, estos robos se habrían transformado en algo mucho peor a partir del año 1836. La leyenda cuenta que Alves y sus socios formaron una banda de ladrones que asaltaban a sus víctimas de manera salvaje. No se descubrió hasta años después, pero finalmente se averiguó que la cuadrilla esperaba a comerciantes y a gente adinerada que cruzaba hacia Lisboa a través del acueducto de Águas Livres.

Decenas de crímenes que se le atribuyeron a él y a su banda de ladrones

Aquí es cuando la realidad se mezcla con la ficción. La rumorología popular llegó a atribuirle a Diogo Alves y a sus socios más de 70 muertes ocurridas en el acueducto. Su nombre fue el que quedó impreso en la historia, aunque no se tengan muchas certezas alrededor de estos sucesos. 

Lo que sí es seguro es que las autoridades encontraron decenas de cuerpos al pie del acueducto, de unos 65 metros de alto. Primero se pensó que era una ola de suicidios entre los años 1836 y 1839, pero pronto se descubrió que había una banda de ladrones actuando en la zona. Y lo cierto es que, al prohibirse el paso a pie por el acueducto, los crímenes cesaron ese mismo año.

Se cree que, por ello, Diogo Alves y su cuadrilla tuvieron que cambiar de estrategia. Y ese habría sido su gran error. A unos meses de terminar la década, fueron capturados tras asaltar la vivienda de un médico en el centro de Lisboa. Acabaron con la vida del doctor y de toda su familia, de cinco integrantes.

Fueron atrapados y condenados a morir ahorcados en una ejecución pública, celebrada en la plaza ahora conocida como Cais do Tojo. Ese fue el destino de Diogo Alves, el sangriento ladrón y asesino al que le atribuyen decenas de muertes, pero solo unas pocas pudieron demostrarse fehacientemente. 

Ejecutado y trasladado (en parte) a la Facultad de Medicina

Su muerte no fue el final de la historia. Los folletos de la época contaron casi en directo cómo las autoridades del momento le cortaron la cabeza al criminal gallego y la trasladaron a la Facultad de Medicina de la Universidad de Lisboa. Lo que todavía no está claro es el motivo por el que hicieron esto. Los narradores de la historia contaban en su día que se trataría de investigar mediante una autopsia si había alguna razón fisiológica que explicase esa «maldad» que tendría dentro. Estudiando su cerebro, esperaban hallar el motivo de sus macabros asesinatos. 

Sin embargo, forenses que analizaron el caso años después no hallaron pruebas de que se hubiese sometido a la cabeza a ningún estudio de este tipo. Su conclusión se alejaba de lo meramente científico y muchos optaron por la tesis de que se conservó su cabeza como símbolo de la última ejecución pública ordenada en la historia de Portugal. Eso era lo que se creía en su momento, al menos, ya que otros autores ponen en duda que realmente fuese la última, aunque sí lo fuese en la ciudad de Lisboa. 

El paso del tiempo ha respetado el rostro, que todavía muestra un aspecto muy reconocible dentro de un tarro de formol en una exposición ubicada en la facultad lusa. Se puede visitar, y los responsables académicos reconocen que es un atractivo de la comunidad universitaria.

La asombrosa historia del criminal lucense, que lo llevó de Samos a Lisboa, no está exenta de dudas. Hay un consenso en que la mayoría de los relatos gozan de veracidad, sobre todo los que cuentan el asalto a la vivienda del médico y su ejecución pública. Sin embargo, hay una gran discusión con respecto a si fue el responsable parcial o total de los crímenes del acueducto de Águas Livres o si realmente fue un caso de estudio de la maldad fisiológica por parte de la comunidad científica.

Lo único cierto es que Alves sigue ahí, dentro de su tarro, observando impasible cómo su vida sigue siendo objeto de disputas 200 años después de su muerte.