...Sampras creyó que su pista era un cementerio de cruces de pelotas a las que no conseguía llegar, por momentos pensó que estaban jugando sobre arena, que Agassi convertía en plumas de badminton sus directos propios del puño de hierro de Mohamed Alí. No comprendía que enfrente tenía a Monet y que estaba jugando contra una big-band de jazz que tocaba todos los instrumentos: viento, metales, percusión. Sampras buscó en el niño travieso que también lleva dentro, por algo fue el número uno del mundo. Se acordó del tenis inocente, tocado por los dioses, que jugaba en las calles antes de que su cuerpo fuese una torre de asalto, de tener la fuerza de una polea. Combinó la plasticidad con el acero y arrinconó a Monet-Agassi en una esquina. Casi le sacó de la pista. Pete entendió que sólo con fuerza no se doblega a un artista. Le puso sudor a las piernas y ajedrez a sus golpes. Tiró diagonales de alfil por aquí y por allá e hizo que Agassi, como buen artista, dudase de su arte. Fue el final. El Open ya tenía rey. Sampras recuperaba su corona. Agassi recogió los cuadros dejados sobre el lienzo de la pista. Un Sampras-Agassi es casi como un McEnroe-Bjork, una obra de arte.