EN EL bestiario moderno de los animales fabulosos, junto al yeti y al monstruo del lago Ness, hay uno en el que creen, por ejemplo, los norteamericanos. Se trata de la spanish fly , la mosca española, supuesto bicho impregnado de las moléculas de ardor pasional que se atribuyen al macho ibérico o latin lover . Las últimas acciones de España en Estados Unidos (a favor de la intervención en Irak) van a fomentar la creencia supersticiosa en la spanish fly . El embajador del bicho es Inocencio Arias, también embajador de España ante la ONU, cuyos mensajes telegráficos a la ministra de Exteriores desvelan un ardor encomiable pero hoy casi inaudito en la España real, no la literaria. Arias asegura a Ana Palacio que «el embajador norteamericano y el que suscribe, yo con más calor, hemos apoyado la exposición del Reino Unido»; critica a los británicos por estar nerviosos y obsesionados «por su patio interior» y señala que cuando ya estaba haciendo «flotar» ideas de la posible resolución entre los indecisos, va Straw y destapa la torta. El embajador tendrá que comprender que este despliegue de energías suene a despilfarro, tratándose de la intervención en un país en el que «no tenemos intereses». Y entenderá también la decepción que a muchos les producirá no haber tenido a mano la mosca española en otros negocios de más interés propio; por ejemplo, el del acceso de la flota a los caladeros comunitarios o el de los topes de indemnización de los daños del Prestige. Por casos como estos últimos, aquí ya casi nadie cree en las moscas.