EL HUMOR es un regate en corto de la inteligencia; una de las mejores facultades de los bípedos pensantes. En medio de la brutalidad, una carcajada puede resonar como un indicio de humanidad (lo demostró, por ejemplo, Roberto Benigni, que se llevó un Oscar por puntear con una sonrisa heladora el espanto del Holocausto). En la truculenta guerra de Irak también hubo espacio para la sonrisa. Los 26 días de campaña consagraron a un inesperado astro de la comicidad. Se llama Mohamed Saed al-Sahhaf. Hasta el mes pasado, trabajaba de ministro de Información de Sadam. Los chicos cool de Nueva York, siempre epatantes, le dedican páginas web en las que se recogen sus mejores ocurrencias. Y George Bush (otro gran humorista involuntario) ha reconocido en una entrevista con la NBC que suspendía reuniones para seguir las desternillantes ruedas de prensa del ministro iraquí: «Es mi hombre, es realmente grande. Algunos nos acusan de haberlo contratado y haberlo puesto allí.», bromeó en la tele un distendido Bush, con escasa sensibilidad hacia un país convertido en una llaga. La palanca de Al-Sahhaf para hacer reír era la exageración disparatada. El ministro sin mostacho nos lega trolas memorables. Cuando los carros USA ya rodaban por Bagdad, Al-Sahhaf advertía visionario: «¡O se rinden ya, o arderán todos en sus tanques!». En otro de sus grandes momentos, el tipo se asomó a las teles con su boina negra y su cara Buster Keaton y proclamó, tan pancho, que «centenares de infieles se están suicidando». Al-Sahhaf, un chiíta ajeno al clan de Tikrit, no figura en La baraja de los 50 más buscados (otra de las coñas del drama). Cuando reaparezca, tiene ofertas de magazines pachangueiros en canales árabes y americanos. Además, podrá reclamar derechos de autor: las camisetas grabadas con la frase «Tenemos el control» (una de sus fanfarronadas más queridas) se venden como churros en Inglaterra. Occidente, ganador y con el crudo a 23 dólares, se ríe con Al-Sahhaf. Los muertos guardan silencio. Sadam, el gran objetivo, sigue de vacaciones.