POCAS DUDAS caben de que la invasión de Irak se ha convertido en un fiasco militar, económico y político, y que la misma operación que estaba programada para señalar el comienzo de un nuevo orden mundial, está sirviendo para aumentar las cautelas frente a los aventureros de las Azores y frente a la parafernalia de expertos e informes que revolotean alrededor del Pentágono. Lo curioso de esta situación es que, frente al agarrotamiento y ceguera de los expertos oficiales, fuimos muchos los comentaristas que, sin más ayuda que una conexión a Internet y cuatro libros sacados de la biblioteca pública, supimos pronosticar con prodigiosa exactitud todo lo que iba a suceder, y que, frente a ese apabullante argumento de autoridad que tiende a afirmar que los americanos no dan puntada sin hilo, se impone la evidencia de que la chapuza también anida en los palacios de los ricos, y que el mismo país que dispone de la tecnología necesaria para espiar a una pareja de enamorados que hacen arrumacos en las orillas del Tigris, también es capaz de meter un cuarto de millón de soldados en un avispero. Sólo una mezcla de miseria y caos armado es peor que una dictadura sanguinaria. Y por eso tenemos que ser conscientes de que, más pronto que tarde, habrá que llamar a la ONU para que se haga cargo del problema, y que, una vez que la osadía y la chulería de Bush abrieron la caja de Pandora, será muy dificil bajar el telón de la tragedia sin presenciar una sangrienta y larga guerra civil y sin ver cómo un país que empezaba a existir se rompe otra vez en docenas de tribus, mafias, fundamentalismos y espabilados. En tales circunstancias resulta especialmente importante comparar los beligerantes discursos del trío de las Azores con los que pronunciaron Chirac y Schröder, o preguntarnos si vale más tener ministros como Ana Palacio y Colin Powell o confiar en otros como Diminique de Villèpin o Joschka Fisher. Porque lo único bueno que podemos sacar de esta guerra es la lección de la historia, y la única ventaja que podemos sacar a cambio de tanto dolor y tanta sangre es la voluntad de reconstruir la convivencia de los pueblos sobre la base de la ley y las concertaciones, en vez de lanzarnos otra vez por la pendiente de la guerra larvada que enfrenta miseria y opulencia. Por eso es importante que la ONU le aguante el pulso a Bush hasta que rectifique. Porque, más allá de la discusión sobre fueros y huevos, la guerra de Irak también estaba dirigida contra la legalidad internacional y a favor de la política unilateral de las grandes potencias. Y, aunque es cierto que los muertos no pueden resucitar, aún es posible que resuciten el Derecho y la paz.