CUANDO el año toca a su fin, la gran mayoría de las administraciones públicas presentan, debaten y aprueban el presupuesto del ejercicio siguiente, asociando a veces dicho acontecimiento con atenciones políticas y mediáticas muy relevantes. Es el rito del presupuesto inicial. Naturalmente, nada hay que objetar a esa sensibilidad presupuestaria, pero sigue sorprendiendo el escaso o nulo interés político, mediático y ciudadano que tiene aprobar la cuenta general, que viene a ser la otra cara de la misma moneda. En efecto, el presupuesto es un documento que sólo estima y promete: estima ingresos y promete gastos. En cambio, la cuenta general -confeccionada al finalizar el ejercicio- ofrece la realidad de esos ingresos y gastos, registrando además las diferencias que al respecto se producen. Y esto debería ser básico, esencial, para los políticos y para los ciudadanos. Verificar la solvencia de las estimaciones y conocer el cumplimiento de lo prometido. La importancia pública del presupuesto inicial se debilita por varias razones. Una, porque las modificaciones presupuestarias realizadas durante el ejercicio pueden ser elevadas. Así, las modificaciones presupuestarias en la comunidad autónoma gallega alcanzan hasta el 19%, el presupuesto agregado de las Diputaciones se modifica hasta el 63% y el de las ciudades hasta el 33%. Dos, el presupuesto inicial puede encubrir déficit si exagera o calcula mal los ingresos, circunstancia que sólo se sabe al final del ejercicio. Tres, la gestión de las administraciones públicas es muy desigual, de modo que conocer lo que se gasta y cómo se gasta sólo es posible a través de la cuenta general y del dictamen que elabora, en su caso, el órgano de control externo. Cuatro, la presentación del presupuesto inicial tiende a incentivar las fantasías y los descaros en algunos ejecutivos, dada la información asimétrica y el tener que esperar uno o dos años para verificar si lo prometido se ajusta o no a la realidad. Por eso es lamentable el silencio que impregna al trámite de la cuenta general frente a la tamborrada del presupuesto inicial. Por eso resulta poco estimulante reforzar la orquesta al inicio del proceso para hacer más extenso e intenso el ruido. Lo interesante aquí es siempre el trámite final. En caso contrario, los gobiernos pierden ocasión magnifica para reflexionar y corregir los fallos que cometen, mientras la oposición desperdicia oportunidades extraordinarias para realizar su trabajo de forma seria y rigurosa. Obviamente, la política tiene sus cauces, sus ritmos y sus ritos, pero cuando las promesas presupuestarias carecen de contraste posterior, falla la lógica de la razón democrática. Y eso en realidad es una pena.