Maragall, Terreros e Ibarra

| JOSÉ MARÍA CALLEJA |

OPINIÓN

20 nov 2003 . Actualizado a las 06:00 h.

UN MINUTO DESPUÉS de que se conocieran los resultados de las elecciones autonómicas vascas, el 13 de mayo de 2001, se produjo una estampida de analistas -políticos y periodistas- que explicaron con rotundidad las causas por las que el PP y el PSE-PSOE se habían quedado a 25.000 votos de distancia del frente nacionalista. Se ha tensado en demasía la cuerda -decían-, se ha arrinconado al nacionalismo, no se le ha dejado salida, se ha hecho un frente español que ha provocado la reacción triunfal nacionalista, la foto del Kursaal -Mayor Oreja y Redondo estrechándose las manos junto con Fernando Savater- ha dado una imagen frentista, propia de gentes crispadoras. Los constitucionalistas -concluían-, han dado miedo. Lo cierto es que el PP nunca había sido un caballo ganador en la comunidad autónoma vasca. Desapareció la UCD antes en aquel territorio que en el resto de España por obra y tiro de gracia de ETA; el centro derecha vasco español ha vivido, y vive, en la clandestinidad durante años, sus representantes han sido asesinados y sañudamente perseguidos por el nacionalismo etnicista. El PSOE, más integrado, con más implantación social, con una tradición que no tiene el PP, también había sufrido asesinatos de sus militantes, cientos de ataques, alguno de ellos mortales, en sus sedes. Pero, a pesar de su mayor presencia, está lejos de contar con el nivel de implantación social, de penetración en las fibras que tiene el PSC en Cataluña. Fue precisamente desde este partido del que brotaron los mayores ataques contra Nicolás Redondo Terreros, que, como saben, culminaron en su defenestración. El aparato de los socialistas madrileños organizó el proceso de linchamiento de Terreros y apostó decididamente por Odón Elorza con el apoyo activo, entre otros, de la cúpula de los socialistas catalanes. Los socialistas, vascos y del resto de España, tenían que cambiar de política, no podían seguir, se decía, haciendo seguidismo del PP, tenían que hacer una política diferenciada y había que atacar a esos movimientos sociales de los que se recelaba. Terreros, no; Odón, si. Este era el mensaje. Bien, la maquinaria se puso en marcha, Terreros salió por la ventana, los socialistas consiguieron diferenciar su política de la del PP y triunfó el discurso Maragall en todo su esplendor. Política transversal, cuarto y mitad de nacionalismo, petroleado de los bajos españoles, frases de diseño, Madrid síntesis de todos los males con su arrabal marbellí, ni gota de agua para el Sur, que la derrochan, es progresista la Corona de Aragón, la C de PSC es más gorda y con más color que las otras letras, y así. Resultado: el PSC ha vuelto a perder, de forma estrepitosa esta vez; los nacionalista radicales, que se dicen de izquierda, crecen espectacularmente a costa, en parte, de los socialistas y Maragall se estrella en el cinturón metropolitano de Barcelona, su teórico feudo, donde el votante socialista no ha seguido ese batiburrillo político y, como en otras elecciones autonómicas, no ha votado PSC. Las encuestas dicen que los problemas que más preocupan a los catalanes son: paro, inmigración, seguridad ciudadana, vivienda; la agenda de los políticos nacionalistas catalanes -Maragall incluido- se queda a vivir en el Estatuto, la relación con el resto de España, y así. Conclusión: los votantes socialistas, que entienden mejor a Ibarra -mejor porque habla de la agenda social y no sólo no pone en cuestión el tapete constitucional, sino que lo refuerza ante los ataques nacionalistas-, no han seguido a Maragall. El líder socialista catalán se ha estrellado y con su derrota ha hundido un poquito más a Zapatero, que lidera un partido decisivo para la democracia en España y que no puede permitirse por mucho tiempo esta situación. La política de Maragall, en las antípodas de la de Redondo Terreros, ha cosechado un estrepitoso fracaso en un partido con vitola de ganador. Alguien en la dirección del PSOE debería de sacar conclusiones; quizá les pueda ayudar Rodríguez Ibarra, caballo ganador en todas las elecciones, con un discurso claro y contundente.