
IGNACIO Ramonet escribió sobre Haití el miércoles pasado, y falto de espacio para completar su reflexión, le cedo hoy el mío, contando lo que él hubiera dicho. Que con frecuencia se exagera el grado de inestabilidad política que padeció Haití durante el periodo posterior a 1870. En realidad, entre los años 1871-1911 hubo nueve gobiernos, cuyo promedio de duración fue de cuatro años y seis meses, lo cual es muy superior al de los gobiernos de los países vecinos. La invasión por los norteamericanos del 28 de julio de 1915 y su ocupación durante diecinueve años, debe entenderse, en primer lugar, como parte de un plan general de los Estados Unidos para hacerse con el Caribe. Con la construcción del canal de Panamá, EE. UU. estaba decidido a mantener el control de la región. La instalación en 1903 de una base naval en Guantánamo había resuelto el problema inmediato, si bien Washington seguía vigilando que otra nación pudiera tener una base en Haití. Estos temores eran alentados por ciertos intereses comerciales y bancarios de los Estados Unidos que poseían activos en Haití. Deseaban crear una situación que favoreciese la devolución de préstamos, así como las inversiones de compañías estadounidenses. Poco después de su implantación en Haití, los invasores tomaron medidas encaminadas a dotarla de una fachada jurídica y a encontrar un presidente marioneta. Varios destacados políticos haitianos rechazaron el cargo, pero lo aceptó el presidente del Senado, Philippe Sudre Dartiguenave. Se firmó un convenio y en 1918 se impuso una Constitución nueva. La administración estadounidense en Haití se ocupó ante todo de imponer la ley y el orden en la totalidad del país, objetivo que logró cumplir con la ayuda de una gendarmería que más adelante se convertiría en la Garde d'Haïti. Los efectivos de dicho cuerpo eran haitianos, pero todos los oficiales y superiores eran estadounidenses. La reacción general de los haitianos, que estaban orgullosos de sus 111 años de independencia, fue de hosco resentimiento ante semejante intrusión. Tanto que en 1915 se dieron casos esporádicos de resistencia militar. La verdadera oposición acaeció en 1917, cuando Charlemagne Péralte se puso al frente de un ejército de resistentes. Los Estados Unidos se apresuraron a mandar refuerzos de marines y las batallas continuaron durante meses. En 1919, Péralte fue asesinado y la revuelta sofocada. La resistencia haitiana continuó por medio de un creciente movimiento nacionalista. La actitud racista norteamericana había ofendido a la elite. «Esta gente es negra a pesar del tenue barniz de educación y refinamiento -escribió el coronel Walter, representante de EE. UU. en Haití -. No sé qué dirían las gentes de Norfolk y Portsmouth si me vieran gastar zalamerías con estos negros». En Haití, donde desde los días de Dessalines todas las constituciones habían mantenido un artículo en que se prohibía la venta de tierras a extranjeros. En la nueva Constitución no figuraba esa prohibición, de manera que las firmas yanquis pudieron apoderarse de tierras; en Santo Domingo, las centrales azucareras norteamericanas despojaban a los pequeños propietarios campesinos valiéndose de la fuerza y de leguleyismos. Esa «reforma agraria» al revés fue la chispa que desató de nuevo la lucha definitiva contra la ocupación. Pocos fueron los efectos a largo plazo de la ocupación de Haití por los norteamericanos (1915-1934). Carreteras y otras infraestructuras deterioradas. Las empresas se encontraron con que el país era menos atractivo de lo esperado varias de ellas se retiraron. Con todo, la ocupación sí aceleró el camino para la ascensión de Duvalier. De modo que después de haber ocupado el país (desde 1915 a 1934) y sostenido después dos terribles dictaduras (1957-1986), EE. UU. interviene en 1994 e impone el retorno de Aristide. Tanto Ignacio como yo juramos que Irak no es Haití y que cualquier semejanza con la realidad actual es mera coincidencia.