La lección

| XAQUÍN ÁLVAREZ CORBACHO |

OPINIÓN

15 mar 2004 . Actualizado a las 06:00 h.

LA PRIMERA lección que ofrecen las elecciones celebradas el pasado domingo es intentar comprender los gestos y las sorpresas que provoca la decisión del pueblo soberano. ¿Cómo es posible? ¡Qué barbaridad! ¡Qué vuelco tan espectacular!, se dice una y otra vez. La verdad es que estamos tan ocupados y obsesionados en escudriñar lo que maquinan y desean esos cuerpos extraños que interpretan, corrigen, orientan y manipulan la opinión pública, que olvidamos y hasta despreciamos lo que de verdad sucede en el cuerpo social objeto de la manipulación. Pese a ser éste quien piensa, actúa y decide finalmente. Hay aquí como un punto de soberbia sobre el voto humilde que ignora lo subyacente y la relevancia del matiz. No es cuestión de incapacidad metodológica de la ciencia para analizar y predecir lo que motiva y explica la conducta colectiva. El problema es de miopía y torpeza asociada al ombligo y también de ceguera generada por el exceso de poder. Ya sea este político, económico, mediático o institucional. La segunda lección que dieron las urnas fue recordarnos que la cultura y la civilización europea no tolera a gobiernos que mienten, insultan o no respeten al diferente. Y que además castiga con dureza la insensibilidad y falta de atención ante cualquier demanda social mayoritaria, sentida y explícita. Si la mayoría del pueblo grita no a la guerra y después se ve inmersa en ella, generando un círculo infernal de mentiras, muertes, sufrimientos, más mentiras, terror, miedo, distancias e incertidumbres, ¿cómo no temer la reacción? Sólo faltaba la oportunidad y el centímetro para que tanta indignación se desbordara. Y ésta se produjo, dramáticamente, ante la presencia de hierros retorcidos y prefiriendo el voto a la verdad. Sabiendo que lo sustantivo es la indignación, no el centímetro. La otra gran lección del proceso electoral fue hacer visible la enorme fuerza de la democracia. Y mostrar con hechos que hasta el cambio difícil es posible. Paso a paso, voto a voto. Con paciencia. Con humildad. Con inteligencia. Con dignidad cívica. Con pasión política. Sin suplentes. Es cierto que la emoción de la tragedia y un sentimiento de engaño fueron esta vez factores movilizadores. Pero en el futuro los cambios deberían ser fruto de una participación ciudadana más activa y organizada en la política. La realidad actual no es satisfactoria. La fuerza de la democracia se fundamenta precisamente en la solvencia de esa participación y en el rigor de las propuestas. No deberían olvidarlo los partidos políticos. Son tres partes de una lección enriquecedora. Escritas con urgencia en un día denso en el que se acumulan los recuerdos y las emociones. Enfrentados ante un horizonte difícil y apasionante.