ALFRED Jarry era un sujeto muy curioso que, al parecer, se paseaba con una langosta atada a una correa. La noche del 10 de diciembre de 1896, Jarry puso patas arriba el mundillo teatral cuando en el parisino Théâtre Nouveau se estrenó la más creativa de sus obras: Ubu Roi ( Ubu Rey ). Apenas alzado el telón, el gran actor Fermin Gémier, que encarnó a Ubu en tan célebre ocasión, salió a escena y dijo en voz alta una palabrota que ningún cómico francés había pronunciado jamás sobre las tablas. Fue así como Ubu -un bufón cínico, mandarica y engreído- cambió la historia del teatro. Casi un siglo después, en 1995, Els Joglars recrearon el personaje de Alfred Jarry en una farsa ( Ubu president ) que sometía a sátira mordaz los 15 primeros años de gobierno de Pujol. ¡Cuánto tiempo para ver con claridad que sus modos daban para construir con él un buen Ubu! Con Maragall las cosas han ido más aceleradas, y en apenas medio año es ya evidente que quien se anime podría inspirarse en él para montar otra gran farsa, pues el actual president es como Zelig. ¿Qué quien es Zelig? ¡Ah, Zelig! Leornard Zelig fue la creación más genial de Woody Allen: un tipo de personalidad camaleónica, que adoptaba de inmediato la apariencia de aquéllos con quienes se encontraba. Zelig era negro con los negros, gordo con los gordos, chino con los chinos y Papa cuando sostenía la silla gestatoria del heredero de San Pedro. Como Zelig, don Pasqual es federalista si acompaña a Zapatero en Santillana; aberzale si está con Ibarretxe; y catalanista radical si se toma un arroz negre en cualquier chigre de las ramblas con sus amigos de ERC. ¡Qué portento de hombre! ¡Qué capacidad de transubstanciación tan prodigiosa! ¡Qué fenómeno! Es tal el camaleonismo de este nuevo Zelig president que su pretensión de convertirse en el gran moderador del discurso nacionalista vasco y catalán ha dado justamente en lo contrario: en que Maragall asuma, como propias, todas sus reivindicaciones. Reivindicaciones que, de este modo, en lugar de moderarse, encuentran una fuente de legitimación inesperada para expresarse con toda su agonia originaria. Así acaba de ocurrir con las selecciones deportivas autonómicas, con el Plan Ibarretxe, con los papeles de Salamanca o con la solicitud de un grupo propio en el Congreso. Por eso quizá fuese bueno para el PSOE que Zelig Maragall frecuentase más a sus compañeros de Madrid, a ver si algo se le pega. Aunque, vaya usted a saber. Pues, ¿qué pasaría si el camaleonismo de Zelig fuera contagioso? ¿Se imaginan? Rodríguez Ibarra solicitando la devolución de las riquezas generadas por los descubrimientos del trujillense Francisco de Pizarro. ¡El acabose!