Lengua propia

| JUAN J. MORALEJO |

OPINIÓN

12 ago 2004 . Actualizado a las 07:00 h.

MARAGALL invita a Andalucía a sumarse a las comunidades autónomas con tratamiento diferenciado «puesto que posee, si no lengua propia, sí una cultura robusta y singular». En efecto, Andalucía no tiene lengua propia, y todos cuantos bajan por la N-IV hacia tierras andaluzas conocen bien las caravanas de camiones que desde Castilla les llevan a los andaluces los sustantivos, adjetivos, verbos, preposiciones, etcétera, que necesitan para hablar. Hace unos años ya dediqué un folio a extrañarme ¡y mucho! de que Andalucía, aunque tenga la cultura que Maragall le reconoce «robusta y singular», no dé la talla de nacionalidad histórica . Entonces los andaluces mismos me sacaron de dudas, pues Juan de Mena, Fernando de Herrera, Cetina, Rodrigo Caro, Góngora, Cadalso, Blanco White, García Lorca, Cernuda, los Machado, Juan Ramón Jiménez, Alberti, y algunos otros me hicieron ver que ellos no tienen lengua propia , pero que pueden hablar y escribir gracias al suministro generoso que les baja por Despeñaperros. Y lo de la lengua propia para carnet de primera es cosa mucho más seria de lo que parece. Es lástima que George III no haya podido contar con Maragall en 1776 para convencer a George Washington de que no tenía lengua propia y, por ende, mejor haría en mantenerse leal a Su Majestad. Sin entrar en Europa y otros continentes y limitándonos a América, todos sus Estados carecen de lengua propia y estoy por asegurar que ha sido cuestión que no se les planteó ni para acelerar ni para retrasar un minuto su voluntad de independencia. Está requetebién que la lengua propia se tenga por razón terminante para declararse independientes, aunque mejor me parece mi opinión y experiencia de que la lengua propia no es razón tan terminante como nos la pintan. Pero lo que ahora importa es que ni la lengua propia ni otras virguerías histórico-culturales pueden ser base para reclamar tratos de preferencia o de discriminación en comunidad de ciudadanos libres e iguales, pues la lengua propia no tiene otro derecho que el de sus hablantes a usarla plena y libremente a todas horas y en todos los campos. Ahí se acaba la historia de la lengua propia y pasarse de rosca con ella no pasa hoy de subproducto de nacionalismos e idealismos románticos de María Castaña cruzados con automonsergas de superioridades raciales, culturales, etcétera. Además, lo de andar a todas horas con la lengua propia tiene otras lecturas de no fácil encaje en ciertas actitudes y mentalidades de la lengua propia : hay cientos y cientos de miles de ciudadanos gallegos, catalanes y vascos cuya lengua propia es la española y seguiría siéndolo y exigiendo respeto máximo aunque Galicia, Cataluña y Euskadi ejerciesen su muy legítimo derecho a ser independientes.