No lo entiendo

OPINIÓN

11 sep 2004 . Actualizado a las 07:00 h.

NO ENTIENDO que pueda haber personas dispuestas a matar a otras por compasión, por considerar que su vida no vale la pena ser vivida, porque sean enfermos terminales, porque sufran una grave depresión o porque no le encuentran sentido a la vida. Siempre he tenido el convencimiento de que cualquier persona en estas situaciones necesita apoyo moral y cuidados adecuados. Por mucho que cueste convivir con alguien en esas difíciles circunstancias, no parece muy humano desear que se muera; más bien parece que la verdadera condición humana se muestra con todos sus valores en los momentos de cuidar a un enfermo terminal. Uno puede desear que no sufra, pero, aunque sepa que no tiene remedio, no trata de eliminarlo por la vía rápida. Eso sería la eutanasia. Tampoco es fácil imaginarse a una persona que se quiere suicidar rodeada de amigos, mirones, juristas o colectivos especializados, que le jaleen, que le animen a llevar a cabo su acción, que le den razones, argumentos y justificaciones para que no desista de su empeño. No es fácil imaginarse a esas personas defendiendo la libertad de cada suicida a decidir su futuro. Todos somos conscientes de que un suicidio es un fracaso, de que cuando una persona llega a esa situación límite es porque no le encuentra sentido a la vida y lo lógico será poner todos los medios para que lo vuelva a encontrar. No entiendo que haya personas defensoras de la eutanasia con el argumento de que cualquiera tiene derecho a decidir sobre su vida. En realidad, esto es lo que hacen los que se suicidan. Pero la eutanasia, además de la voluntad y libertad del paciente, necesita de otra persona que sea el ejecutor, y eso ya no es ejercicio de la libertad del que sufre la enfermedad. Eso es implicar a otro, hacerlo un ejecutor. No entiendo tampoco que se defienda la eutanasia con el argumento del derecho a una muerte digna. Justamente ese derecho exige que a uno no le maten. Una muerte digna exige cuidados médicos adecuados, que palíen el dolor lo máximo posible y que no utilicen técnicas de ensañamiento para tratar de mantener viva a una persona que se muere irremediablemente. Una muerte digna exige un ambiente de cariño, que el paciente sea confortado por amigos y familiares, que no le impidan el auxilio religioso si lo desea. No entiendo que existan personas que defienden la eutanasia como una especie de reacción adolescente al hecho de que la Iglesia Católica esté en contra, de que trate por todos los medios de defender la dignidad de la vida humana, de que intente hacer entender a la sociedad que no es digno del ser humano provocar, promover o defender la muerte de los más débiles. A mi entender, sería muy alentador comprobar cómo la sociedad pone toda su capacidad creativa, su potencia persuasiva, en evitar las guerras, las penas de muerte, los suicidios; en defender la vida de los más débiles, para conseguir que nadie sienta que su existencia es un fracaso. Esa sería una sociedad sana y no la que hace monumentos al suicidio o a la eutanasia.