Una Xunta remodelada

OPINIÓN

14 sep 2004 . Actualizado a las 07:00 h.

LA REMODELACIÓN de la Xunta llevada a cabo por Fraga puede tener tantas interpretaciones como puntos de vista. Es una realidad poliédrica y multifacial como toda comunicación de hechos sociales: puede interpretarse desde la oposición política, a la que parece haber sorprendido con el pie cambiado; puede analizarse desde el punto de vista del propio partido que es quien la tiene que digerir; incluso concretando más; puede interpretarse desde el interior de la propia Xunta, que es donde se va a notar; cabe también hacer un análisis desde la proximidad y la simpatía; y, por último, puede intentarse una aproximación desde la fría distancia del observador político. Desde la oposición, sobre todo el Bloque, se ha quedado sin argumentos y tiene que recurrir al insulto y a la descalificación, materia en la que son catedráticos y doctores. Desde la proximidad y simpatía, se reconoce que Fraga tenía clara la remodelación y la necesidad de nombrar vicepresidentes, estaba claro también que la necesidad de cambios vino obligada por la enfermedad de la conselleira Cimadevila. Sin olvidar que los dos vicepresidentes ofrecen el perfil humano y gestor propio de los nuevos tiempos del Partido Popular, tanto en Madrid como en Galicia. Desde sectores más o menos resentidos en las proximidades del PP, se vuelve a sacar el viejo tema de la pugna entre el birrete y la boina, cuando no parece que a los dos vicepresidentes se les pueda incluir en tales perfiles sociológicos. No tiene sentido. Desde dentro del propio partido se ha dejado sentir claramente el enfado del presidente provincial de Ourense José Luis Baltar, quien no acaba de estar satisfecho y se le nota bastante. Quizás sigue con el escozor por la ausencia de Cuiña; o quizás porque su hijo aún no es conselleiro. En estos momentos Baltar es un cierto escollo. Es lógico que haya otros escozores dentro del partido, en personas concretas, como será el caso de Diz Guedes, pero no tienen la trascendencia social ni política del malestar de un presidente provincial. Desde este punto de vista, se reconoce también que Fraga hace un sacrificio ya que es él quien tiene más que perder. Y, en el caso hipotético de perder las elecciones, su presencia sería un escudo para el futuro del PP y de sus sucesores. Observando la nueva Xunta desde dentro, se presenta el interrogante de si Fraga va a saber adaptarse a tener dos vicepresidentes, en los que debe delegar funciones, a los que debe poner en primera línea para que tengan más presencia social. Al propio Fraga le conviene dedicar más tiempo a la coordinación y dejar a los vicepresidentes en primera línea de combate, por lo menos de una forma progresiva. Será necesario que los vicepresidentes tengan áreas concretas de acción dentro de la Xunta. Es cierto que Alberto Núñez tiene la difícil tarea de sacar adelante el Plan Galicia, de acuerdo con los intereses gallegos y no con los intereses del Gobierno central. Pero para ello necesitará coordinar aquellas consellerías implicadas de cualquier forma en este objetivo. Lo mismo tendrá que hacer Barreiro con las relacionadas con el sector Industrial y el diálogo social. Quizás también otros conselleiros tengan que ceder en protagonismo a favor de los nuevos vicepresidentes. Son las mayores incógnitas de la remodelación, y sólo las puede despejar Fraga.