Castro y las provocaciones

| JOSÉ MARÍA CALLEJA |

OPINIÓN

21 oct 2004 . Actualizado a las 07:00 h.

LA DECISIÓN del Gobierno de Fidel Castro de reenviar al diputado del PP Jorge Moragas a España, sin dejarle estar en la isla, como era su voluntad, refleja hasta qué punto aquél no es un sistema democrático, demuestra el rechazo férreo a cualquier influencia externa y certifica que el inmovilismo es la política preferida por el dictador. Hoy, en Cuba existen presos que están encarcelados por no pensar como el totalitario Fidel Castro, hay periodistas recluidos en prisión y no hace muchos meses se procedió a fusilar a alguno de esos encarcelados. Se puede simpatizar o no con Moragas, pero decidir que este diputado -representante de la voluntad popular- es el problema y echarle la culpa, obviando la evidente responsabilidad de la dictadura de Castro, es un ejercicio de hipocresía, no precisamente progresista, desde luego. A estas alturas del régimen, ni Izquierda Unida ni ERC son capaces de definir a la feroz represión como lo que en realidad es y prefieren sacudir al PP antes que criticar a un sistema que lleva en sí la máxima expresión de corrupción: la ausencia de libertad. Se ha dicho que Moragas es un provocador. Es evidente que su viaje no es casual. Con su intento de entrar en la isla, el enviado del PP pretende evitar que la UE, guiada por el nuevo Gobierno socialista español, cambie de posición respecto de Cuba. Pero si saludamos el espíritu provocador en los casos en los que se pone de relieve la existencia de una situación injusta -que de no mediar esa provocación a lo mejor no conocíamos-, si aplaudimos las provocaciones que desenmascaran dictaduras de derechas o ridiculizan regímenes obsoletos, no podemos en Cuba ver sólo la provocación y olvidarnos del problema que la origina, porque, de esa forma, estaremos engordando al régimen dictatorial. Aquí hay un sector de la izquierda que está siempre dispuesta a rasgarse las vestiduras en cuanto siente que se produce lo que entienden una mínima limitación de la democracia en España, pero que, a la vez, están permanentemente dispuestos a ensalzar las virtudes de un régimen totalitario ante el que no esbozan la menor crítica. Para una parte de la izquierda española vale toda la crítica para Moragas y su partido; toda la comprensión, y el apoyo, incluso, para un individuo como Castro, que lleva más tiempo en el poder omnipotente que Franco, que encarcela a la oposición, que expulsa del país a los no afines y que fusila al amanecer a los disidentes. No sé que más atropellos a los derechos humanos tiene que cometer Fidel Castro para que la obviedad sea percibida por todos. Se dice, por parte de los responsables del PSOE, que es más fácil conseguir la democracia en Cuba -que es de lo que se trata-, ayudando de forma sutil, abriendo vías de diálogo, tendiendo puentes -qué largos, en este caso- de acercamiento con la isla; que de esta forma se avanza más en el proceso de liberación que con la actitud hosca de Aznar o el bloqueo de Bush. Bien, lo cierto es que en la etapa de gobierno de Felipe González -catorce años- se mantuvieron unas relaciones edulcoradas, de simpatía, buen rollito, acercamiento, diálogo y todas las demás palabras que se quieran poner en el catálogo de las buenas intenciones; no hubo forma, el resultado fue el mismo: Castro en el poder, la corrupción rampante y la oposición en la cárcel o en el exilio. Es decir, con Castro se han intentado todas las políticas por parte de España: desde la comprensión, ayuda y simpatía de Felipe, hasta la mano dura de Aznar, pasando por las lágrimas de Fraga. El resultado es invariable: Castro sigue en dictador y la oposición en prisión. No sé, quizás esto demuestra que el problema está en el sátrapa y no en cómo lo miremos los demás.