ALGO ES algo: puede que el público norteamericano no se haya enterado de gran cosa de lo que sucedió en la última guerra de Irak, pero al menos sí se le está informando de lo que sucedió en una de las primeras. Puede que se censuren las imágenes de las torturas en la prisión de Abu Ghraib, pero se estrena Alexander , la película de Oliver Stone sobre Alejandro Magno, que nos cuenta entre otras cosas lo difícil que es mantener un ejército de ocupación en lo que ahora se llama Irak y entonces se llamaba Babilonia. Queda, pues, el consuelo de que al final todo se sabe y de que, como mínimo, en dos mil trescientos años también se sabrá lo que está pasando ahora. Cierto que, al mismo tiempo, deprime comprobar que las noticias bélicas de este año son las mismas que hace más de dos milenios. El periodismo es reiteración, porque la realidad misma lo es. Renard escribía sobre «la extraña economía de los lugares de culto», es decir: que si uno escarbaba en el suelo de una iglesia aparecía un menhir. Lo mismo podía haber dicho de los campos de batalla, que también responden a idéntica economía del espacio (una curiosidad: el lugar que más batallas ha visto es el Sinaí, un desierto sin valor). Por eso los soldados que en la primera guerra mundial cavaban tumbas en el norte de Francia para enterrar a sus compañeros no lograban sino desenterrar a los soldados de cien, doscientos y quinientos años antes. Esto pasa con la película de Oliver Stone, que queriendo desenterrar a Alejandro desentierra de paso Irak. Y también con las tropas norteamericanas en Irak, que queriendo enterrar Iraq desentierran a Alejandro, porque ahora resulta que en Londres, el British Museum les acusa de haber dañado irreparablemente las ruinas de la antigua Babilonia, donde han levantado sus campamentos. Los tanques se han paseado sobre el pavimento de 2600 años, se han llenado sacos terreros con la arena de las excavaciones, se han cavado trincheras en las que asoman los huesos de los soldados de Nabucodonosor, de Senaquerib, de Alejandro. Alejandro murió precisamente allí, donde ahora aparca sus vehículos el destacamento polaco. Al comenzar la guerra se insistía mucho en que este lugar de Mesopotamia había visto nacer la Civilización. La tentación es pensar que la está viendo morir. O peor aún: que la Civilización sea en realidad esto: en crear ruinas para el futuro.