SEPARADOS y distanciados. Cada uno por su lado. Cada cual con su idea y su análisis particular. Todos contra todos, empeñados en que los demás no tienen razón. Diciendo que fue el otro el que mintió. Y viceversa. Que fueron ellos los que convocaron telefónicamente. Un año después seguimos manejando teorías peregrinas de la implicación de servicios secretos o del terrorismo vasco. Seguimos cada uno a lo nuestro. Que es lo contrario de lo que ha reclamado la Cumbre de Madrid que se celebró coincidiendo con el primer aniversario del 11-M. Lo contrario de lo que han pedido el rey Juan Carlos y Kofi Annan para vencer el terrorismo, y de lo que nos han solicitado cada uno de los participantes en esta cumbre. Que hay que estar unidos, que hay que sumar esfuerzos y que hay que levantar un muro contra los asesinos. Parece mentira pero es así. Parece mentira que una sociedad tan experimentada en batacazos terroristas, que ha entregado la vida de casi mil ciudadanos a las acciones de estos descerebrados, sea incapaz de afrontar la lucha contra el terror de manera unánime. Parece mentira pero es así. Porque la mala conciencia de unos, el ánimo de revancha de los otros, y todos azuzados por periodistas y predicadores que aún no se han desprendido del corpiño mental, ha llevado a la sociedad a permanecer dividida. Con análisis, conclusiones y posturas tan irreconciliables como disparatadas. Con la misma irresponsabilidad que si se tratase del análisis de la última jornada de la liga de fútbol. Pero así seguimos un año después. Cada uno por su lado. Y sin ganas de aproximarnos. Lo que no es más que un terrible fracaso en el combate contra la locura. Y ya decía el inglés John Keats que «no hay infierno tan terrible como fracasar en una gran empresa».