Beiras

| RAMÓN CHAO |

OPINIÓN

22 abr 2005 . Actualizado a las 07:00 h.

CON BEIRAS me pasó lo mismo que con Vázquez Montalbán. Nos queríamos mucho antes de conocernos en persona. De vez en cuando hablaba con alguien que había estado con uno u otro y me decía: «Oye, te quiere mucho». «Pues si lo vuelves a ver, dile que yo también».Y así pasaron los años hasta que el subcomandante Marcos nos reunió a Manolo y a mí en Ciudad de México; con Xosé Manuel intimé en París por obra y gracia de su esposa Aurichu, a quien, dicho sea de paso, le debo la devoción que profeso por Cunqueiro. Lo había conocido a finales de los años 1950 (me refiero a Beiras, que a Cunqueiro lo conocí de mocoso, que ya es mucho llover). Estaba yo de pianista en el Colegio de España en París, junto a Ramón Castromil por cierto, cuando llegó un mozo alto, más bien delgaducho y desgarbado, con reputación de buen economista. Eso era en verdad, pero en el colegio empezaron a circular rumores de que se había llevado una gaita y por la noche se dedicaba a tocar muiñeiras. Díjose igualmente que al director, Antonio Poch a la sazón, le reclamaba un estudio, como teníamos los ruidosos pianistas, violinistas y violonchelistas. Por muy gallego que fuera, la solicitud le pareció incongruente a Poch. Creyó desembarazarse de nuestro paisano con un argumento astuto que creyó infalible: «No hay ningún inconveniente. Sólo ha de presentarme un certificado de matriculación de gaita en un conservatorio o escuela, como todos los estudiantes». El pobre director no sabía con quién había dado: una semana después, Beiras depositó en su mesa un flagrante título de inscripción... ¡por correspondencia! en un círculo regional de Nantes, que Bretaña siempre nos resultó muy fiel a los gallegos. Estuvo en París no sé cuántos años, pero la verdad es que mucho no nos dio la lata con su céltico instrumento. Pensamos que su reivindicación había sido meramente nacionalista: en lugar de situarse de predecesor de Carlos Núñez nos salió con ese mítico Atraso económico de Galicia que buscábamos en la trastienda de las librerías por imposibilidad de hacerlo en los anaqueles de novedades. Pasaron años hasta la aparición de Aurichu. A él lo transformó y a mí me hizo literariamente un hombre, hasta el punto de que me desplacé a Vigo (con el periodista Perfecto Conde) para pedirle perdón a Cunqueiro por mi extravío literario. Ahí comencé a frecuentarlos, principalmente en París. En la casa de Tachia Rossof nos veíamos con Álvaro Mutis y Gabriel García Márquez, y en la mía tocábamos el piano, en una especie de competición constructiva. Sin menoscabo para Beiras ni laureles para mí, he de reconocer que ganaba yo; de algo me habrían de servir los veinte años que pasé dándole a las teclas. Después nos encontrábamos a menudo, y nos seguiremos viendo (los dioses mediante) en reuniones culturales y foros políticos como el de Porto Alegre, con Bernard Cassen e Ignacio Ramonet. He de añadir que Beiras y Aurichu son mis consejeros políticos cada vez que me solicitan para hablar de temas españoles en la radio o televisión: no tengo más que llamarlos por teléfono y hablo por boca de ganso. En fin, que a Beiras le debo la vida: cierta vez que veníamos a mi casa de Sèvres, cerca de París, yo iba en vespa delante de ellos, que venían en coche. Quise hacerme el chuleta, poniendo a la esforzada moto hasta cien por hora, y ellos detrás. De pronto se me bloqueó el motor, ellos detrás, yo espantado y Beiras logró frenar estrepitosamente a dos metros de mí. Esto sucedió hace seis o siete años. Y desde entonces no los quiero ni más ni menos que antes.