Expertos y políticos

| ARTURO MANEIRO |

OPINIÓN

11 jul 2005 . Actualizado a las 07:00 h.

HACE unas semanas, la intervención del psiquiatra Aquilino Polaino en el Congreso de los Diputados, como experto de más de 30 años en el tratamiento de homosexualidad, provocó más de un escándalo entre diputados y periodistas defensores de lo políticamente correcto. El escándalo llevó a que algunos diputados exigieran al PP, grupo que había propuesto la intervención de este experto, que desautorizara su intervención, que pidiera disculpas, que dijese claramente si lo dicho por Polaino representaba el sentir del Partido Popular. Y, efectivamente, el PP dijo que Polaino no representaba el punto de vista del partido. Y todo esto es lo más sorprendente. Se supone que cuando el Parlamento llama a un experto para que aporte sus conocimientos sobre un tema determinado es para aumentar los puntos de vista, para conocer los avances de la ciencia en esa materia, gusten o no gusten, y no para que respalde los planteamientos ideológicos o políticos de ningún grupo. Eso era lo que todos creíamos. Sin embargo, la reacción a esta comparecencia demostró que lo fundamental no es la verdad sino la sintonía política. Por eso, a mi entender, todo este asunto ha destapado las verdaderas técnicas parlamentarias de nuestro país: Los grupos parlamentarios llaman a expertos de determinadas materias, con el calificativo de independientes, para que respalden los planteamientos políticos de quien los llama. Los grupos parlamentarios no buscan el conocimiento de los avances científicos o los estudios rigurosos sobre una materia, sino sólo argumentos para apoyar sus tesis políticas. Por lo tanto, los expertos deben estar dentro de su ámbito ideológico. Los grupos parlamentarios no promueven la comparecencia de los expertos para tomar decisiones a partir de los datos científicos conocidos, sino para que les ofrezcan argumentos en defensa de las decisiones tomadas previamente. Si esto es así, resulta que el Parlamento constituye una serie de comisiones, investigaciones, comparecencias, que sólo buscan mantener los correspondientes puntos de vista de los grupos. No son expertos independientes, representan el mismo arco de opiniones que constituyen la Cámara. Es decir, no valen para nada. Todo es pura escenificación y engaño a la sociedad. Es más importante engañar bien que actuar de acuerdo con la verdad y el conocimiento riguroso. Por lo menos eso es lo que se desprende del revuelo provocado por un científico llamado al Parlamento y que no dijo lo que esperaban oír sus señorías, un científico que no quiso ser políticamente correcto y que sólo mostró lo que dice el rigor de los datos.