Un programa para delincuentes

| EDUARDO CHAMORRO |

OPINIÓN

LA PENÍNSULA

12 sep 2005 . Actualizado a las 07:00 h.

LA CUESTIÓN no es tanto si Kofi Annan, secretario general de la Organización de Naciones Unidas, sabía con precisión lo que estaba pasando con los 100.000 millones de dólares movilizados por el programa Petróleo por Alimentos a favor de Irak. Annan es un hombre de la casa, procede de promoción de burócratas creados in vitro y criados entre los algodones de una organización que -nadie sabe muy bien porqué- ha dado en autosuponerse por encima del bien y del mal, y ya no pasa de ser un mandarín supremo al que le quedan pocas horas de un vuelo cuyos costes se tardará en amortizar. La pregunta clave es si la ONU cuenta con la capacidad técnica y humana imprescindibles a la hora de que tal torrente de millones no se filtre por las junturas y lleve una buena parte de su riqueza a la bolsa de los delincuentes. A juzgar por la cara con que Annan ha recibido el informe Volcker sobre la corrupción y la escasa ética con que se gestionó ese dinero, puede que la historia le haya pillado por sorpresa. Vista la cuestión desde la máquina de los distintos organismos de la organización, no se puede decir que su sorpresa sea mayúscula. Quizá nunca supo exactamente lo que estaba pasando, si bien siempre estuvo en la posesión de una cierta idea al respecto de un programa que si bien superaba con creces los alcances de Naciones Unidas, estaba hecho a la medida de quienes no iban a dejar pasar de largo la oportunidad de hacer negocio. Y estos no están en la secretaria general de la Organización sino en su Consejo de Seguridad, un consejo en el que cualquiera de sus miembros puede pedir en público una política multilateral y aplicar en privado tantas medidas y decisiones unilaterales como le permita su veto, y su veto las permite todas. Nunca estuvo claro lo que había qué hacer con los millones del programa Petróleo por Alimentos, sobre todo porque en el Consejo de Seguridad nunca se pudo definir plenamente los propósitos del programa ni la manera de llevarlos a buen término. Las decisiones que Rusia y Francia se encargaron de manipular y sesgar, con la puntual aquiescencia china, dieron paso a unas gestiones oscuras, oportunistas y plegadas a los intereses de las redes clientelares. Unas redes formadas por 4.500 empresas que se encargaron de que el petróleo que se permitió vender proporcionara menos alimentos a los ciudadanos que millones a los mandatarios del régimen sometido a bloqueo. Cabe asegurar los recursos de la autoridad que en Naciones Unidas hubiera podido enmendar la operación. Pero nadie los recabó. La supervivencia de los funcionarios de la ONU, cualquiera que sea su rango, depende, bajo ciertas condiciones y circunstancias, de saber con la debida anticipación y la máxima agilidad de reflejos cuándo, cómo, dónde y ante quién callar y mirar hacia otro lado. Cualquier recurso a la autoridad significa poner en evidencia una responsabilidad en la gestión por la que al más pintado le pueden pedir papeles o -cosa que siempre es peor- mostrárselos en el momento menos pensado. Tanta responsabilidad difusa tiende a la corrupción en un río revuelto cuyos pescadores van a verse las caras en la cumbre del 60 aniversario de la ONU, bajo la mirada de un hombre manchado en la secretaria general de una organización sometida a unos cuantos recelos.