Diferentes

| VENTURA PÉREZ MARIÑO |

OPINIÓN

03 oct 2005 . Actualizado a las 07:00 h.

EN LOS ÚLTIMOS tiempos la noticia ha sido no sólo la detención de algún terrorista etarra, sino también la salida en libertad de algún miembro de la banda armada por el cumplimiento de la pena que en su día le había sido impuesta. A las asociaciones de víctimas del terrorismo y a la sociedad en general les repugna que, como en el caso de Mercedes Galdós, Bitxorri , condenada en su día a 764 años de cárcel por, entre otras lindezas, el asesinato de 17 personas -niño incluido-, salga de prisión habiendo cumplido sólo 19 años y 5 meses. No cabe duda de que el hecho impacta y revuelve las entretelas a cualquiera, máxime si se la ve salir de prisión sonriente y con el aire desafiante que supone la presencia de hooligans de la causa, ramo de flores incluido. Pero más allá del rechazo visceral, importa saber la causa de esa prematura excarcelación. Es un principio del Derecho Penal que nadie puede ser condenado por leyes que no existían en el momento de los hechos, y la legalidad vigente en la época en la que Bitxorri cometió los delitos era más benigna. En ese momento estaba vigente la legislación penal del franquismo, que limitaba la estancia en prisión a un máximo de 30 años, fuera cual fuese el tiempo de condena. Pero es más, estaba vigente la figura de redención de penas por el trabajo, consistente en que por cada dos días de trabajo u otras actividades, se le condonaba un día de prisión. Así, Bitxorri , condenada por 17 asesinatos, logró reducir su pena en 10 años y 7 meses, que deducidos de los 30 años de máximo de cumplimiento le permitieron la salida de prisión el pasado viernes. En la actualidad, las leyes aplicables han cambiado de forma sustancial. El tope de pena máxima a cumplir para casos similares al de la etarra Galdós se ha fijado en 40 años y, además, ya no existe la posibilidad de redención de penas por el trabajo. Pues bien, sin perjuicio de la desazón que su salida de prisión puede crear, debe hacerse otra reflexión. Se ha cumplido la ley, también para los etarras. Ellos matan como forma de razonar; la sociedad civilizada hace leyes y las cumple aunque éstas no resulten « justas» . En ese caso, como ocurrió, se cambian democráticamente. Esa es nuestra lección moral. La sociedad civilizada se traga las lágrimas de dolor al recordar los 17 asesinatos, pero la pone en libertad aplicando la ley. En la otra orilla, la etarra sale en libertad riendo y sin arrepentirse, quizás recordando aquella víspera de Nochebuena de 1985, cuando el comando que dirigía atentó, hirió y remató en el suelo al general de la Guardia Civil Juan Atares Peña. Dos mundos tan diferentes.