HOY YA están enzarzados en el mar, y no sin problemas, navegando en solitario con rumbo a Ciudad del Cabo, los siete veleros que zarparon del puerto de Vigo el pasado sábado, comenzando la Vuelta al Mundo en un periplo en el que invertirán unos siete meses. Y más allá de la espectacular salida, rodeados de cientos de embarcaciones y miles de personas, el acontecimiento nos ha acercado a una competición y a una modalidad vélica desconocidas para la mayoría de las personas. Las condiciones de vida en el barco son espartanas; las dificultades de la travesía son muchas desde el primer día, al tiempo que los peligros que han de correr convierte a los regatistas, además de deportistas, en aventureros. Nada que ver con esa otra imagen de vela y sol en cubierta a la que estamos acostumbrados. Entre los espectadores que masivamente participamos en la salida, empujando desde tierra los rectilíneos barcos henchidos de velas, conscientes de la singularidad del acontecimiento, se hacía común el comentario de admiración hacia los regatistas al tiempo que se afirmaba y hacían mientes de que la cosa estaba muy bien para ver, pero no para embarcarse. Pero más allá de la trivialidad del comentario, es notorio que los tripulantes de la Volvo Ocean Race y su hazaña son útiles e importantes para fijar referencias en una sociedad moderna. Son, en cierta medida, y salvando las distancias, los protagonistas actuales de aquellas gestas épicas que se convirtieron en colectivas por su pertenencia al grupo y que fueron marcando los perfiles de la historia. Son los émulos de los vikingos que llegaron a Galicia y tal vez a América; de Livingstone descubriendo las cataratas Victoria; de Nansen cruzando el Círculo Polar Ártico, o de Hillary y Tensing o Chus Lago conquistando el Everest son un buen ejemplo de abnegación y esfuerzo, tan necesario en una sociedad con tendencia al hedonismo. Personas que además conjugan la excelencia de su quehacer con el disfrute enorme de un deportista que encuentra su virtud en la dificultad y en el triunfo. Una sociedad se va configurando también con mimbres como esos, con momentos de deportistas épicos instalados en el acervo colectivo, de personas que luchan por la victoria pero que sobre todo ponen el alma en llegar, transmitiendo que la voluntad y la preparación son condiciones indispensables para alcanzar la cima que se han puesto de meta. Es el ansia de llegar lo que les hace desdeñar el cansancio y el sufrimiento. El ansia de ganar es lo que les incita a seguir y a bordear la fina línea entre el disfrute y el riesgo. Y nosotros, desde tierra animándolos, con ellos.