EL SOCIÓLOGO Sutherland publicó en 1937 un ensayo, Ladrones profesionales , en el que por primera vez en las ciencias penales el delincuente era presentado como una persona normal, caracterizado sólo por su situación al margen de la legalidad. Ya no es un demente o un enfermo, o si es alguna de estas cosas, ellas no determinan ni definen su condición de delincuente. Sutherland describe a los ladrones profesionales como ciudadanos cuyos defectos no les son privativos, de la misma manera que participan a su vez de cualidades que se atribuyen a la gente honrada. Tienen un código moral, unas reglas de funcionamiento y su método de aprendizaje. Ese delincuente se suele adornar de una importante distinción profesional que conviene perfectamente a su audacia. Es la hoy llamada delincuencia de cuello blanco, delitos que se encuentran con más frecuencia en las páginas salmón de los periódicos que en las de sucesos. El pasado viernes, la Audiencia Nacional condenó a seis meses de cárcel al ex copresidente del BBVA Emilio Ybarra al haberse probado que se apropió indebidamente de 19,24 millones de euros, para él y para varios ex consejeros del banco, constituyendo diversos planes de pensiones. Por haber sido, según la sentencia, el que ideó de dónde sacar los fondos (de cuentas secretas eufemísticamente llamadas extracontables, que el banco poseía en el paraíso fiscal de Jersey), cómo invertirlos, quiénes eran los beneficiarios y en qué cantidad. La operación no logró burlar los controles y desembocó en la Audiencia Nacional que ha dictado sentencia. Pero Ybarra ha tenido suerte o, dicho de otra forma, la sentencia ha apreciado dos atenuantes, confesión de los hechos y devolución del dinero, que le evitarán tener que ingresar en prisión. Sin embargo, su conducta no era de menor entidad. Disponer de fondos del banco extracontables y emplearlos a su libre albedrío, de la forma en que creyó conveniente, supone la comisión de un delito de apropiación indebida, cuyos perjudicados son los legítimos propietarios de la entidad bancaria, es decir, los accionistas. Habrá personas a las que les parezca poca condena. La cuestión es opinable. Pero lo verdaderamente importante en mi opinión es que la delincuencia de cuello blanco, antaño acostumbrada a la impunidad, sin control y sin consecuencias, sabe que las cosas ya no son igual. La justicia, con lentitud, pero como apisonadora, ya no persigue sólo la delincuencia menor, sino también a personas como el ex banquero. Ybarra no ira a la cárcel, pero se ha convertido, de adquirir firmeza la sentencia, en un delincuente de cuello blanco, solo, en su laberinto.