Trileros fuera

| VENTURA PÉREZ MARIÑO |

OPINIÓN

26 dic 2005 . Actualizado a las 06:00 h.

LAS CIUDADES, más cuanto más grandes, acogen un importante número de conductas incívicas que se instalan y permanecen como propias, confundiendo a veces el pasotismo resignado con la tolerancia. Ocurre con los aparcacoches -los gorrillas -, a los que es inevitable tener que pagarles porque indican si se puede estacionar y dirigen la operación y nos asusta el no hacerlo; o con los limpiaparabrisas que abordan los coches parados en los semáforos y sin más preguntas dan comienzo a la limpieza de cristales no solicitada; o con los pintores de grafitos en paredes limpias; o con los trileros que, de forma parecida al timo del tocomocho, se instalan en las zonas turísticas y engañan de forma reiterada a todos los que quieren aprovecharse de la tontez del astuto jugador; o con los participantes en el botellón que dejan hecho un asco el espacio que ocuparon y sin dormir a los vecinos . Actitudes todas ellas incívicas que perturban la convivencia y que, aunque parezca increíble, son, al menos en parte, suprimibles de existir voluntad para ello. Tolerar el incivismo no conduce a nada bueno ni obviamente para los ciudadanos que los soportan ni para los propios incívicos, que en unos casos comienzan una carrera de desdén y en otros se mantienen en situación de marginalidad y despreocupación por la cosa común, al tiempo que todos ellos se convencen de que lo público, por ser de todos, no tiene dueño ni importa a nadie. Pionero en actuar contra este tipo de actitudes fue el ex alcalde de Nueva York Rudolph Giuliani, que además de precursor en la tolerancia cero con la delincuencia puso en práctica políticas de pequeños cambios que hacen más saludable la vida en la ciudad y consiguió cosas tan interesantes como acabar con los limpiaparabrisas y con los pintores de vagones de metro, al no permitir que ningún vagón saliese de la cochera pintado, evitando así el triunfo de los grafiteros de ver su obra desplazándose por las vías del metro. En ese orden de actuación, el Ayuntamiento de Barcelona aprobó el pasado viernes una nueva ordenanza municipal de civismo y convivencia que prevé notorias sanciones económicas a imponer a un largo listado de infracciones. Y aunque es muy posible que los sancionados no paguen las multas por ser insolventes, el principio ya se ha instalado y no se podrá confundir el ser tolerante con el pasotismo de dejar hacer lo que a cada uno le viene en gana. Esas saludables medidas están muy bien y da gusto que se legisle sin miedo; pero sin olvidar que es imprescindible que tales medidas se complementen con la dotación de lugares de expresión para comportamientos que deben de ser amparados, como los de los grafiteros o los del botellón. Esa es la contrapartida.