LAS MUERTES en carretera durante esta Semana Santa han sido como un revulsivo para la opinión pública. Todas las épocas de vacaciones en las que hay una afluencia masiva de vehículos recibimos el mismo golpetazo. Es como si hubiera caído un avión, como si muriesen todos los ocupantes de un autobús, como si se estrellara un Yakolev cada mes, como si sufriéramos un nuevo atentado cada poco tiempo. Por mucho que se hagan campañas, por mucho que una nueva Administración compita con la anterior para demostrar eficacia en bajar el número de víctimas, siempre acabamos en lo mismo: muertes en la carretera. Muertes de seres que no volveremos a ver; pero también personas mutiladas que se pasearán por delante de nosotros en silla de ruedas, parapléjicos, hemipléjicos, cojos, con prótesis, etcétera, de una forma demasiado habitual. Y quedan esas otras víctimas, de las que conocemos menos, que han sido los causantes de los accidentes, los que han provocado la muerte a otros, porque venían en su mismo coche, en el coche de enfrente o a pie por la carretera. Son los que andan por la vida con muertos en su conciencia, lo mismo da que sean culpables como inocentes, al final son víctimas en su conciencia y en sus pesadillas. No quisiera nunca verme en su lugar. Cuando todo esto sucede comienza la búsqueda de causas culpables. El trazado de las carreteras, la falta de agentes de tráfico, el exceso de potencia de los vehículos, la escasez de radares, la poca cuantía de las multas, la mínima pena de los culpables¿ Sin embargo, yo creo que en las causas siempre están en los humanos, los conductores que provocan los accidentes. La falta de solidaridad y de generosidad en la carretera por no facilitarles las maniobras a los demás, por no dejar que les adelanten, por no separarse cuando otro está en dificultades. La falta de sentido común, el ser consciente de que tener un coche no le da a uno más derechos que a los demás, que el peatón es tan ciudadano como el automovilista, tener la mentalidad clara de que el peatón siempre tiene preferencia. La falta de sentido común para saber que si uno va más lento de lo que debe provoca caravanas y nerviosismos en otros conductores. Los que viajan en autovías y autopistas por el carril de la izquierda a poca velocidad y les molesta que los rebases por la derecha. Los que no saben facilitar el paso, una maniobra, etcétera. El deseo de ser más que los demás, de tener un coche más rápido, de ser más listo, más astuto, de demostrar a los compañeros que son los mejores. Sin olvidar los violentos, incapaces de aguantar una llamada de atención. Muchos que ponen en peligro la vida de los que conducen bien, porque en al carretera no es ya suficiente que uno sea correcto, sino que debe ir atento a lo que puede hacer el contrario. Por eso el conductor debe ir sólo dedicado a conducir. No es el momento de que la mujer o el marido le hagan reproches o discutan de forma acalorada con el que conduce. Y menos de hablar por teléfono. En definitiva, que la carretera es el reflejo de la sociedad y la sociedad debe ser más sana para que la carretera sea menos peligrosa. No se puede echar la culpa a la DGT, aunque a muchos les alivie.