Nuestros pescadores

| ARTURO MANEIRO |

OPINIÓN

25 abr 2006 . Actualizado a las 07:00 h.

DOS HECHOS muy distintos nos han sacudido la conciencia en estos días, por causas bien diversas: el accidente sufrido en el pesquero de Burela, Zamorano primero , que pone en primer plano un drama laboral gallego de gran calado, y la propuesta de unos parlamentarios españoles que piden derechos humanos para los simios. Son dos aspectos tan diversos en la escala de las preocupaciones sociales que casi producen vértigo. La sensación es más fuerte porque se producen en simultáneo: el drama humano de unos trabajadores en alta mar a punto de perder la vida, junto a unos políticos preocupados por el bienestar de los simios. La sensibilidad para respetar a los animales es una buena muestra de humanidad. Pero la sensibilidad para lograr el bienestar de los semejantes es mucho más humana. Y mientras haya un solo marinero viviendo y trabajando en alta mar en condiciones poco humanas, no tenemos derecho a preocuparnos por el bienestar de los animales. El caso del Zamorano primero puede ser una buena ocasión para que los gobiernos de todos los niveles territoriales españoles se preocupen por las condiciones laborales de los marineros en alta mar. Un barco pesquero es un reducto pequeño, más o menos como un piso, donde tienen que convivir cada minuto de la marea los diez o quince miembros de la tripulación. Allí viven, trabajan y duermen. Se tienen que aguantar unos a otros con sus virtudes y sus defectos, con sus neuras y sus intranquilidades, con sus aromas y sus olores. Pueden descansar, pero no tienen ninguna posibilidad de abandonar el barco, y así un día y otro día. Tienen que dormir en unos espacios mínimos, con una dudosa higiene; en medio de un mar en calma o en marejada. Un reducto donde no hay intimidad. A todo ello hay que unirle la lejanía de la familia, del hogar. Muchos barcos están más que golpeados por las olas, oxidados, con unos lavabos y retretes por los que no pasa ninguna empresa de limpieza. Así un día y otro. Si las mareas son cortas puede ser más llevadero, pero si son largas tienen que aguantarse mutuamente. Un taller en malas condiciones se abandona cuando acaba la jornada, la galería de una mina queda atrás al final del turno y se vuelve a la vida normal. El marinero no puede abandonar el barco para relajarse. Es necesario estar muy acostumbrado a este tipo de vida para aguantar. En muchos casos, los marineros trabajan en condiciones infrahumanas. También por eso podemos calificar de milagro que no ocurran más accidentes como los del Zamorano primero . Ante este panorama sólo se puede sentir pena cuando alguien habla de los derechos de los simios. Lo que necesita nuestra sociedad es no olvidarse de esos humanos que trabajan en condiciones tan duras como los marineros de nuestros barcos de pesca. El ministro Caldera tiene aquí un gran reto. Galicia debería despertar otra vez el Nunca Máis .