EN PLENA crisis iraní, se acaba de cumplir el vigésimo aniversario de la catástrofe de Chernóbil en Ucrania. Un recordatorio de cómo los sistemas de seguridad pueden fallar, y de hecho fallan en ocasiones de modo catastrófico y con resultados terribles. Y especialmente cuando la seguridad y la integridad de trabajadores y ciudadanos en general no resulta prioritaria para los dirigentes empresariales o políticos. En efecto, también había habido un grave incidente anterior en Three Miles Island, en EE.?UU., pero las mejores condiciones de diseño y seguridad -lo que representa un mayor coste de inversión y gestión- del país capitalista frente a la socialista URSS, a la que no pareció importarle demasiado la integridad de su gente, produjeron también diferentes efectos. Chernóbil fue todo un drama, que aún perdura, y un ejemplo demostrativo terrible de los riesgos de la técnica nuclear de fisión para la producción de calor y electricidad. Las consecuencias del Protocolo de Kioto para los sistemas energéticos de los países industrializados y la endémica crisis política y social de Oriente Medio hacen que se vuelva a plantear la opción atómica de fisión como la solución a los problemas. Pero ello no es del todo cierto. Es verdad que los sistemas industrializados necesitan la destrucción de recursos energéticos cuantiosos, pero la opción nuclear presenta importantes problemas, además del tremendo de la seguridad. No se incluyen entre los costes la integridad de la de los del almacenamiento durante miles de años de los residuos radiactivos, pues el cálculo actuarial los hace despreciables en valor actual cuando evidentemente no es así por lo indicado. Por otra parte, un programa nuclear ambicioso implica un alto requerimiento de energía y capital mientras llega el momento en que se obtiene energía neta. Las consecuencias financieras pueden ser muy peligrosas para las empresas, incluidas las eléctricas, según ya se demostró durante la Administración de UCD.