A sangre fría, continuación

| VENTURA PÉREZ MARIÑO |

OPINIÓN

30 may 2006 . Actualizado a las 07:00 h.

CUANDO el moldavo Arkán asesinó y vejó al abogado Castillo y a su familia en Pozuelo empleando una violencia inusitada llena de amoralidad, la sociedad española se quedó estupefacta y muchos recordaron por sus similitudes la crónica que Truman Capote había novelado - A sangre fría - sobre el caso Cluters y que ha sido de nuevo actualidad por la reciente película sobre el escritor. El suceso de Pozuelo trascendió del caso concreto y los ciudadanos, inevitablemente, se imaginaron aterrados un escenario en el que se tenían que enfrentar a un imprevisible Arkán. Han pasado cinco años y escenas similares han vuelto estos días a nuestras retinas, por la oleada de numerosos asaltos a viviendas. Por eso tenemos la sensación de que hemos ido a peor, a lo que hay que añadir la desagradable coincidencia del ayer y del hoy en lo que se refiere a las recomendaciones del entonces delegado del Gobierno de Madrid con la actual consejera del Interior de Cataluña, que preconizan que la seguridad debe de ser responsabilidad en parte de los particulares. Estamos peor, porque cinco años no se han tomado medidas eficaces policiales y judiciales y en orden al control de fronteras. No se nos oculta que la caída de los muros internacionales y la desaparición de fronteras hace muy sencillo el acceso de delincuentes a nuestro país -no confundir con los tan necesarios inmigrantes-, pero ello no ha de suponer que aquí se pueda instalar el que quiera, ya sea de forma transeúnte o estable. Por eso los sistemas de identificación de extranjeros, y en su caso su expulsión, han de operar con presteza, eficacia y colaboración con otros países. Medidas policiales estableciendo prácticas disuasorias y presión con más y efectiva presencia en las zonas calientes. Y, además, contundentes respuestas policiales y judiciales en lo que concierne a las detenciones. El que la Guardia Civil hubiese grabado una conversación de una banda de rumanos dedicada al robo y a la extorsión en la que se decían «vente para España que esto es el paraíso¿ Que sí, que aquí la policía ni te toca», es la clara constatación de que las cosas no funcionan. No se trata de endurecer la respuesta penológica, como parece se pretende, sino que, en cualquier caso, ésta sea visible, segura y rápida. Que los delincuentes sepan y graben que nuestro país ha dejado de ser el paraíso y que las leyes se aplican indefectiblemente, con premura y con el cumplimiento íntegro de las penas. La seguridad es la razón primigenia del Estado democrático. Sin seguridad, la libertad se vuelve ilusoria, no existe. Por eso es tan importante recuperarla y devolver a los ciudadanos la confianza de que podemos vivir sin riesgos de ser atacados en los domicilios.