América, América

| ANXO GUERREIRO |

OPINIÓN

14 jun 2006 . Actualizado a las 07:00 h.

LAS TORTURAS de Abu Ghraib, la ejecución de mujeres y niños inocentes, la pervivencia del insoportable limbo jurídico de Guantánamo y la existencia de centros clandestinos de tortura diseminados por todo el mundo han arruinado el prestigio de EE.?UU. y han liquidado la poca autoridad que le quedaba al Gobierno de Washington. En palabras de Frank Rich, en el Internacional Herald Tribune , estos hechos «han lanzado la reputación y el honor de EE.?UU. a los perros». Es evidente que Washington ha perdido política y moralmente la guerra de Irak. Ha demostrado disponer de un poderío militar sin parangón y sin precedentes, pero se ha convertido en un poder sin autoridad. Debido a este y otros juicios críticos he sido acusado en numerosas ocasiones de practicar un rancio y primitivo antiamericanismo. Naturalmente, dichas acusaciones son completamente falsas. A los americanos Wright Mills y Daniel Bell debo, junto a Carlos Marx, mi compromiso social. Entre mis libros de cabecera se encuentran los de Galbraith, Stiglitz, Paul Krugman o Noam Chomsky. Hubo un tiempo en que Steinbeck, Faulkner, John Dos Passos o Norman Mailer estaban entre mis novelistas favoritos. Soy un apasionado del cine clásico norteamericano, sigo enamorado de Marilyn y he cantado -o algo parecido- muchas veces con Elvis Presley, Bruce Springsteen, Bob Dylan, Pete Seeger o Joan Baez. He compartido con muchos estadounidenses, the best and the brightest (los mejores y los más brillantes), la oposición a la guerra de Vietnam, y hoy, el rechazo a las aventuras del Gobierno norteamericano. Soy, pues, plenamente consciente de que junto a la América de la arrogancia y la ignorancia existe también una América inteligente y prudente. Pero no es avalando los disparates de la primera como ayudaremos al resurgir de la segunda. Si a pesar de una rica civilización heredera de la Ilustración, de los valores de la Revolución francesa, del socialismo como teoría de la emancipación humana, Europa alumbró, entre las décadas de 1920 y 1940, movimientos como el fascismo, el nazismo o el estalinismo, que la llevaron al desastre, no hay por qué sorprenderse de que América, sin la densidad histórica europea, se deslice en ocasiones hacia el extremismo culturalista y nihilista. Hace tiempo que los nuevos dirigentes de Washington han diseñado una estrategia para modelar el mundo según su visión y en función de sus exclusivos intereses. Semejante pretensión, y sus terribles consecuencias para la democracia y los derechos humanos, ha merecido el rechazo masivo de la opinión pública mundial. La responsabilidad de ese rechazo recae enteramente en el grupo de fanáticos que hoy dirige la política norteamericana. A ellos exclusivamente hay que pedirles cuentas por el creciente desprestigio de EE.?UU. en el mundo. Estoy seguro de que la América liberal y progresista comparte nuestras críticas al proyecto neoconservador de su Gobierno y, por el bien de todos, espero que esa América libere cuanto antes a su país de los siniestros personajes que hoy lo dirigen.