CONSEGUIR que Galicia sea reconocida como una nación es la máxima aspiración de los nacionalistas gallegos. Es lógico que ellos tengan esta aspiración, por eso se mueven. No sé si será tan lógico que quieran convencer a toda la población y a todas las fuerzas políticas de que tenemos que ser una nación. Si nos convencen a todos será una muestra clara de su poder de persuasión, de su persistente e incansable deseo de ser una nación. Pero ¿para qué? Algunos intelectuales y políticos nacionalistas, para no asustar, afirman que ellos se sienten miembros de una nación gallega, de la nación de Breogán. Uno de los argumentos más utilizados para convencer a los no nacionalistas es que no podemos ser menos que los catalanes. Si ellos han conseguido que se los reconozca como nación, nosotros tenemos que conseguirlo también. En estos ambientes se trata de convencer a los demás de que no quieren ser nación soberana, con instituciones propias y distintas. Dicen que no pretenden ser un Estado independiente separado del Estado español. Es otra cosa, es un sentimiento, es una satisfacción, es una reivindicación. Casi podríamos decir que se conforman con un título, con unas líneas en el nuevo Estatuto de Autonomía que preparan nuestros parlamentarios. No suena a muy creíble. En todo caso, parece claro que si se quiere ser nación, pero sin soberanía, sin que esa consideración tenga consecuencias jurídicas y administrativas, sin que tenga capacidad de tomar decisiones propias y distintas de las españolas, estamos ante una especie de engaño a la ciudadanía y un autoengaño de los mismos políticos. El reconocimiento de la identidad nacional catalana al que quieren imitar ha sido un gran pufo, en su redacción, en su tramitación y en su votación en referéndum. Es necesario reconocerlo. Creo que no pueda ser ejemplo de nada ni que los gallegos debamos conformarnos con esa especie de cristal de colores con que el Gobierno central ha deslumbrado a los políticos catalanes: «El Parlamento de Cataluña, recogiendo el sentimiento y la voluntad de la ciudadanía de Cataluña, ha definido de forma ampliamente mayoritaria a Cataluña como nación. La Constitución Española, en su artículo segundo, reconoce la realidad nacional de Cataluña como nacionalidad». Si un texto igual a este es lo que desean los nacionalistas gallegos y para ello nos quieren convencer a todos, me parece que es un triste resultado para un gran esfuerzo. Podemos preguntarnos sin acritud y sin crispación, con tolerancia y pluralidad, qué ganamos los gallegos con una fórmula igual que la catalana. ¿No sería mejor dedicar los esfuerzos a lograr objetivos comunes que eleven el nivel económico de Galicia, aumente la calidad de las comunicaciones, que sea más eficaz la lucha contra los incendios, que sea más eficaz el sistema sanitario¿? Que nos pregunten y verán.