HACE UNOS AÑOS, en el ya lejano 68 o en cualquier otro tiempo, cuando creíamos que estábamos a punto de hacer la revolución y soñábamos con un mundo feliz en el que la igualdad sería la tónica, nada en nuestra desbordada imaginación se nos ponía por delante. La ansiada libertad, en el seno de la democracia, era el sustrato en el que todo lo bueno germinaría y, sin más, por la simple razón de las cosas, lo negativo se erradicaría. Los días serían primavera y la felicidad desbordaría los graneros. Con educación, cavilábamos, todo tendría solución. Seguíamos así la senda bienpensante del regeneracionista Joaquín Costa cuando sostenía que despensa y escuela era la solución para lograr un país perfecto; para que desapareciesen lo que llamaba los males de la patria. Y ciertamente con libertad y democracia las cosas han cambiado mucho y para bien. Pero entre tanto cambio hay algunos no deseados y de difícil explicación. ¿Qué ocurre en nuestro país y en otros de nuestro contexto para que el afán cultural de una parte muy importante de la población se incline por la senda de la telebasura? Acaban de publicarse los índices de las audiencias televisivas del pasado mes de julio y en siete jornadas del mes el programa más visto por los españoles fue Aquí hay tomate, lo que, traducido a román paladino, quiere decir que el trío Julián/ Pantoja/Del Nido se ha instalado en nuestras casas y como si se tratase de unos parientes lejanos, de visita, han aparecido con la pretensión de quedarse y no paran de contarnos cosas. La situación en nuestras casas se vuelve preocupante. Al socaire de Julián y compañía, el cuarto de estar va colmándose de nuevos parientes, algunos desconocidos pero de fácil trato que nos hace unirnos al poco. Es el caso del recién llegado José Campos que, jovial y abierto, no para de informarnos, de momento de sus aventuras, aunque también promete contarnos sus desventuras. Y en el medio, para hacer todo más real, el culebrón colombiano Yo soy Betty, la fea, del que acabaremos sabiendo y llorando como si en ello nos fuese la vida. Y para más desgracia, las audiencias de la televisión pública caen en picado, y llegan a sus mínimos históricos. Bendito fútbol -¿quién nos lo iba a decir?-. La liga se acerca y sustituirá a tantos parientes parlanchines. La verdad es que entre el ya nuestro Julián y Ronaldinho, viva Ronaldinho. Entre tanto, de aquellas soflamas en que la educación era la solución nos queda el recuerdo y la obligación de volver a intentarlo y mientras seguiremos enterándonos de los afectos y sexualidad de los famosos, confiando nuevamente en que, como decía Costa, más bienestar y más escuela es imprescindible y acabará dando frutos.