SE AGOSTA el campo, termina el mes, y con él, el verano oficial. Este año el veraneo político ha sido bastante descafeinado. La pasada por las cámaras de la clase política las ha llenado de manera tan abundante que parecía estábamos en un mes corriente. Los periódicos apenas han bajado de grosor, y no les fue necesario echar mano del monstruo del lago Ness, y los telediarios han tenido tanta enjundia como si estuviéramos en un gris mes de febrero, solo se les notaba la diferencia en el desabillé del agosto sin corbata que los protagonistas lucían rodeados de tonos claros. Hemos tenido de todo, nada nos ha faltado. El aburrido rifirrafe vasco a la búsqueda de la manifestación, guerras especialmente cruentas y altos el fuego pendientes de un hilo, inmigración masiva mas allá de la acostumbrada, éxitos deportivos, dramáticos accidentes de trenes, renovada violencia doméstica, actividad judicial¿ y los consabidos incendios, de los que solo se echa en falta que se culpabilizase a alguien a causa de algún pecado cometido. El veraneo ya no es lo que era. Aquellos veranos largos, de cierre de temporada y descanso, son ahora un continuo. Un prepararse para el próximo asalto. A cada ocasión se ha puesto de moda preludiar lo peor como si no cupiese otro escenario. Es ese tal vez el símbolo más relevante de la modernidad: la incertidumbre. El aluvión de noticias, de informaciones, de previsiones, tiene como colofón el regodeo de poner en tela de juicio todo y a mucha prisa en un escenario donde lo optimista tiene poco sitio. Que si suben los tipos de interés, o que si nos endeudamos más cada día, o que si no nos va a ser posible pagar los intereses, o que si estalla la burbuja inmobiliaria, o -y este es muy reiterativo- que se dispara el precio del petróleo a causa del desarrollo nuclear de Irán. Todo ello, sin duda en parte cierto, nos pone en entredicho nuestra principal riqueza, que es la seguridad. Muchos de nuestros hijos, es decir, muchos de los jóvenes, han adoptado una solución: no leer, no ver, no asistir a los combates programados, aislarse en los i-pods. Que pare el mundo y apearse. Pero para nosotros es difícil. Viven y vivimos, y vivir es enterarse, opinar y participar. No es fácil sacarse las incertidumbres de encima, porque las incertidumbres existen. Empieza el nuevo curso y todo hace pensar que el veraneo solo fue un entrenamiento. El combate, con sus protagonistas principales, está servido, y en él, como espectadores, debemos vivir y convivir con la duda y aprender a domeñar los alientos de la angustia. Autogenerar buenas dosis de Prozac y aplaudir el comienzo de la Liga rebajan mucha tensión. Y de paso, bajar las dosis de Platón y aumentar las de la inteligencia emocional, que tienen la virtualidad de depender solo de uno, no están sujetas a las subidas del petróleo y a la postre nos harán mas felices.