17 oct 2006 . Actualizado a las 07:00 h.

SIEMPRE se ha dicho entre el pueblo que la senilidad, la senectud, el deterioro mental que se produce con los años hace que las personas recuerden con toda nitidez el pasado y se olviden o no registren el presente, lo que vivieron el mismo día o el día anterior. Todo ello se compendiaba perfectamente en el dicho de «las batallitas del abuelo». El abuelo se empeñaba en contar una y otra vez las peripecias, la mili o la guerra que había vivido. Lo contaba con todo lujo de detalles, pero no le preguntaras algo del día anterior. Creo que todos hemos vivido casos similares en nuestra familia, cuando hemos tenido la gran suerte de convivir con abuelos o padres muy mayores. En muchas ocasiones parece como que están entrando constantemente en el túnel del tiempo o revisando el baúl de los recuerdos. Algo parecido es lo que estamos viviendo en muchos ambientes sociales, políticos e incluso gubernamentales españoles. Para Pepe Blanco, el desplante de Bono a la candidatura de Madrid es el pasado. Para el partido que alcanzó el poder tras el atentado del 11-M del 2004, esa fecha es el pretérito, no hay que removerla, hay que aceptarla sin más, dejarla que se difumine. Para el Gobierno español y el vasco, las víctimas de ETA desde hace dos o tres años para atrás son un pasado lejano, que no está casi registrado ya, que no es bueno mencionar, ni reconocer, ni respaldar. Para los socialistas catalanes, Maragall y su tripartito es un hecho lejano que debe olvidarse; el desastre del barrio del Carmelo es casi anacrónico recordarlo. ¿Quién puede estar tan anclado en el pasado como para recordar la corrupción de los Gobiernos de Felipe González? Y ¿cómo es posible que todavía haya alguien que se acuerde o mencione los pactos de la Moncloa? ¿Y el consenso constitucional? Sin embargo, cada día aparece con más nitidez la República de 1931. Más y más gentes nos cuentan cómo fue, las maravillas democráticas de aquella sociedad, sabemos cada día más de los dirigentes republicanos, cómo eran, cómo pensaban, cómo se movían. Nos narran en libros y en programas de TV las excelencias de aquella sociedad democrática que luchaba por la libertad, por un socialismo y un comunismo amable, social, pacifista, benefactor, por la tolerancia, la eliminación de los extremismos, el respeto a la oposición y a las creencias de las personas. Cada día entramos más en la Guerra Civil de 1936, aunque mucho menos en la revolución de 1934. Conocemos al detalle lo que pasó en la posguerra. Gran parte del esfuerzo mediático del Gobierno se centra en apoyar y promover las investigaciones en el baúl de los recuerdos y volver una y otra vez al túnel del tiempo. Recordar e investigar la historia es muy bueno si al mismo tiempo no echamos tierra sobre los acontecimientos más próximos en el tiempo. Cuando vemos con nitidez el pasado y se nos difumina el presente, a lo mejor resulta que estamos entrando en la senilidad política y social sin darnos cuenta.