06 ene 2007 . Actualizado a las 06:00 h.

ES POSIBLE que los partidos de baloncesto que retransmiten las televisiones pudiesen por lo general comenzar en los cinco últimos minutos, que acostumbran a ser los decisivos y a los que se suele llegar en tablas; el resto, las primeras partes, son como un calentamiento preparatorio para esos momentos en los que la balanza se inclina hacia el lado de los que tienen más determinación, rigor, voluntad de ganar y también suerte. En mi opinión, en la batalla contra ETA ocurre algo parecido. Desde que se iniciaron los contactos y las negociaciones, desde que se proclamó la tregua permanente (¡qué sinvergüencería romperla sin avisar!) estábamos en la fase de los amagos, pero no de las decisiones. Se estaban enseñando las cartas. Se estaba en un compleja etapa en la que la banda terrorista se debatía para justificar su lucha armada de más de cuarenta años, necesitada de la obtención de logros en la negociación que le permitiera presentarse ante su singular clientela con algún rédito. Y en la otra parte, en el campo de juego, aparecía el Estado, la sociedad, que ha sido asesinada y vilipendiada durante decenios por la sinrazón de integristas azotes de la razón y a los que se nos pide, además de los sufrimientos ya padecidos, que cedamos en algo en función de una tesis pragmática. Pues bien, cuando la fase de calentamiento llegaba a su fin, cuando parecía que entrábamos en los cinco últimos minutos del partido, cuando todo parecía indicar que la victoria de la paz era posible, un brutal ruido, con dos asesinatos en su haber, una salida de tono del que había aceptado las reglas del juego, ha interrumpido sanguinariamente la contienda, teniendo como consecuencia que el partido, como no podía ser de otra forma, ha tenido que suspenderse. Hasta ahí el pasado. El dilema hoy es qué hacer. La solución fácil es retirarse, no sólo de la pista, sino también de la competición, y dar por concluido todo: se acabó, nos hemos equivocado... Lo difícil es tragarse las lágrimas y los reproches y reafirmar que seguimos queriendo vencer de una manera definitiva, y que para eso hay que seguir en la cancha, para evitar que nuevos ciudadanos se sumen a la lista de las víctimas de la barbarie. Estamos en tiempo de duelo en el que la acción debe ceñirse a las respuestas policial y judicial, sin obviar la reflexión sobre la negociación llevada a cabo. Pero la vida continúa, más pronto que tarde habrá que tomar decisiones, y es posible, creo, que valorar la vuelta a la cancha en las condiciones que se estimen, sin duda diferentes de las establecidas para la negociación inconclusa. Llegar a la paz definitiva no será nunca un camino de rosas, pero siempre vale la pena el intentarlo.