EN EL POEMA Salamina de Chipre, dice el griego Yorgos Seferis que cada uno sueña aisladamente y no oye las pesadillas de los demás. Salvo a los chipriotas y a los Gobiernos de Grecia y Turquía, a los demás las pesadillas de Chipre nos quedan un poco lejanas. La isla de Chipre, al este del Mediterráneo y a algo más de 100 kilómetros de las costas de Siria y Turquía, es una anomalía política. Según el tratado de adhesión a la Unión Europea (UE), toda la isla de Chipre es miembro de ella. Pero en el tercio norte de la isla, en la República Turca del Norte de Chipre, su aplicación está suspendida. La República Turca sólo ha sido reconocida por Turquía. En 1974 se ejecutó la partición de la isla en dos estados -estado grecochipriota de Chipre y estado turcochipriota-, que son enemigos acérrimos. Y ahora se vive el supremo delirio de que Turquía, país candidato a la integración en la UE, ocupa militarmente un territorio de la Unión. El Ejército turco cuenta allí con 35.000 soldados, frente a los 10.000 militares de la República de Chipre. En esas condiciones de convivencia, se explica que un muro separe las comunidades de los dos estados. Ese muro era un bastión de defensa para protegerse contra el avance de las tropas invasoras turcas en 1974. Ahora se acaba de demoler el muro de la calle de Ledra, en el centro de Nicosia, en un gesto de buena voluntad de la República de Chipre. Le toca, pues, reaccionar a Turquía y asumir sus responsabilidades, que para ella deberían ser obvias: se imponen la pacificación total en la isla y un viaje, que no será fácil, hacia la reunificación. Nunca cae del cielo la concordia que sólo se conquista en una lucha feroz contra el odio de la caverna. Un 80% de los griegos y casi un 20% de los turcos tienen que aprender a convivir sin el terror de la violencia. El ministro de Asuntos Exteriores de Chipre ha declarado que van a abrir nuevos pasos en el centro de la capital de la isla. Cuando se tiene como referente el infernal muro de Berlín, que terminó cayendo y diluyéndose como un azucarillo en el café del desayuno -que suena un poco a poesía de Yorgos Seferis-, se puede confiar en que el muro de Nicosia seguirá el mismo camino.