Derecho a reclamar

OPINIÓN

15 abr 2007 . Actualizado a las 07:00 h.

SI SE hiciera una investigación sobre la frecuencia de la palabra queja -en su acepción de reclamación- y de la palabra reclamación en prensa, queja ganaría por goleada. Y este detestable uso de la palabra queja es general: lo vemos en todos los diarios y, en ocasiones, incluso como titular en la portada del periódico. Pero hay un atenuante para su uso como sinónimo de reclamación . Hasta el mismo Derecho usa esta nefasta voz con el significado de acusación ante un juez o un tribunal competente. ¿Qué se puede hacer cuando hasta los legisladores, que deberían guiarse sólo por la razón, incurren en sensiblerías de pacotilla? No tenemos pocos delitos y, para colmo, habemos de soportar que los legisladores contribuyan a la propagación del mal uso del lenguaje. Imaginemos una situación no infrecuente. Un usuario no está conforme con un producto comprado o un servicio recibido y se dirige al empleado del establecimiento con estas palabras: «¿Me da, por favor, el libro de quejas?». ¿No podría muy bien responderle el empleado?: «¿Desea usted los sonetos de Garcilaso, el que se dolió con aquel oh, dulces prendas por mi mal halladas , o prefiere Las flores del mal , de Baudelaire, un auténtico especialista en penas? ¿O quizá su mal es más profundo y anda buscando La realidad y el deseo , de Luis Cernuda, que en cólera desatada fue un precursor de Hristo Stoichkov, el ex barcelonista hoy entrenador del Celta, que le clavó los tacos a un árbitro?». Como escribió el filósofo Cioran, un poeta es un especialista en quejas. Y una queja, según la Academia, es una expresión de dolor, pena o sentimiento. Cuando uno está dolido sólo piensa en sí mismo. Una reclamación es otra cosa. A la hora de reclamar hay que pensar en sí mismo y en el otro. Una reclamación es un derecho del ciudadano que debe ejercer con respeto en el lugar correspondiente. Aunque a los aficionados a la queja pueda sorprenderles, a la hora de reclamar no hay que invocar a Garcilaso, sino pedir educadamente el libro de reclamaciones. Y si uno se ha quedado muy quemado, al volver a casa puede escribir un soneto cargado de tacos búlgaros.