HASTA HACE bien poco, seguridad y libertad eran conceptos antagónicos y excluyentes, y su relación no sólo constituía un enfrentamiento teórico, sino que sus efectos se reflejaban en la práctica. Allí donde primaba la seguridad lo hacía en detrimento de la libertad, y cuando era ésta la magnificada lo hacía en menoscabo de la seguridad. Tan importante era el enfrentamiento entre ambos conceptos que daba lugar a propuestas ideológicas contrarias, a partidos políticos adversos, a modelos de sociedad diferentes. En definitiva, a concepciones de vida diversas. Pero hoy las cosas han cambiado. Hace unos días el diario ingles The Guardian , al hilo de la lenta despedida de Tony Blair, exponía los logros y los fracasos de la década gobernante del primer ministro y, en el lado del haber, mencionaba el aumento meteórico del número de cámaras de vigilancia en las calles y en locales públicos, que han pasado de 100.000 en 1997 a 4.000.000 en la actualidad. No cabe duda de que, aun siendo un aumento colosal, me parece más significativo el situar en el haber virtuoso de la herencia del laborista inglés unos logros que hasta hace bien poco tiempo hubieran sido tachados como una práctica autoritaria, impropia de un país democrático, salvo que se defendiese convertirlo todo en una especie de Gran Hermano o en un panóptico total, en el que todas las zonas y ciudadanos son potencialmente controlados y vigilados las veinticuatro horas del día todos los días del año. Pero la aceptación de lo pragmático, de la lucha contra la delincuencia, especialmente la terrorista, nos ha cambiado la perspectiva, hasta el punto de que un periódico tan sesudo como The Guardian ha convertido los 4.000.000 de cámaras de Blair en un éxito de su gestión. Hoy en día nadie duda que para poder gozar de la libertad, más allá de referencias teóricas, es necesaria la existencia de seguridad. La izquierda ideológica, más próxima a conceptos de libertad, ha aceptado que, sin seguridad, los individuos no pueden vivir ni expresar sus ideas y opciones y, por otra parte, la derecha razonable entiende y defiende que la seguridad sin controles, sin el establecimiento de cortapisas, sin la defensa de los derechos individuales, cercena la dignidad de los ciudadanos y convierte los Estados, las calles, los espacios públicos, la privacidad, en estructuras cuartelarias ajenas al grado de dignidad que como personas tenemos. En el equilibrio está la virtud. El punto medio de la balanza requiere la existencia de brazos equidistantes, con movimiento, pero con elementos correctores. Seguridad y libertad no pueden tirar cada una para su lado; deben ser pareja de hecho bien avenida.