Encajes y filigranas

| ARTURO MANEIRO |

OPINIÓN

05 jun 2007 . Actualizado a las 07:00 h.

EN ESTE MOMENTO en que muchos centros de poder y decisión local están pendientes de pactos, acuerdos, encajes, ensambles o filigranas, no sería nada malo que los políticos pensaran en los ciudadanos, en esas personas que esperan unos mejores servicios, que desean unos administradores eficaces, que aspiran a tener gestores capacitados. Será bueno que centren su atención en satisfacer las necesidades de los ciudadanos y que piensen menos en resolver sus situaciones personales, en sacar más tajada de poder, en resolver su futuro, en aumentar su influencia en el votante, en imponer sus criterios a las mayorías. Y es que estamos en un curioso período democrático en el que las minorías se hacen con el poder sin respetar a las mayorías, cuando siempre hemos dicho que la democracia es el gobierno de las mayorías respetando a las minorías. En España hemos cambiado el modelo: nuestra democracia es el gobierno de las minorías sin tener en cuenta las mayorías, a no ser que sean absolutas. Menos mal que el criterio se mantiene todavía en las instituciones de ámbito nacional. En todo caso, siempre será mucho mejor que los necesitados de pactos hagan acuerdos pensando en la mayor eficacia de una gestión conjunta. Sería muy estimulante para el votante que no viese en esos acuerdos simples repartos de parcelas. Muchas veces los acuerdos municipales son como la restauración del minifundio de nuestras tierras: parcelamos hasta el infinito sin darnos cuenta de que las leiras acaban siendo un terreno imposible de cultivar. Cada acuerdo municipal o provincial debería ser como la concentración parcelaria: un terreno uniforme, una explotación conjunta, un cultivo acordado. Si el votante llega a la conclusión de que los políticos van a hacer lo que quieran una vez elegidos, si comprueban que van a ser víctimas de ese «juego callejero de apuestas fraudulentas que consiste en adivinar en qué lugar de tres posibles se encuentra una pieza manipulada», pueden llegar a la conclusión de que lo mejor es la abstención. Esa enfermedad de la democracia provocada por el desencanto de los votantes. Por eso, lo importante, lo definitivo, es que, sea cual sea el mecanismo para establecer gobiernos locales, el ciudadano se sienta beneficiado, compruebe que los gestores son buenos y buscan el bien común, que no le imponen nuevas cargas, que no le quitan libertades.