HACE años se había convertido en lugar común que la Justicia perseguía a los que robaban gallinas pero se ponía la venda cuando se trataba de delincuentes de cuello blanco. Y tenía mucho de cierto. Hoy las cosas han cambiado en lo que aquí nos concierne de forma incipiente pero significativa. Y para constatarlo no hay más que recordar a presidentes de banco, gobernadores del Banco de España, a De la Rosa, a Prado y Colón de Carvajal y a otros políticos, empresarios, funcionarios y jueces (también) y un largo etcétera, convertidos en protagonistas habituales de los pasillos de los juzgados y de las prisiones. Es muy cierto que la Justicia es lenta, y es posible que poco habituada y mal preparada para abordar los asuntos de corrupción, sobre todo económicos; pero cuando se pone en marcha es como una apisonadora, incluso para los más influyentes y pudientes, y no hay quien la pare. Eso le ha pasado y le pasa a Juan Piqué Vidal (73 años), profesor de universidad, en otra época triunfador y vocinglero abogado, entre otros, del ex presidente Pujol en el asunto de Banca Catalana; condenado en su día a siete años de cárcel por ser coautor, junto con el juez Pascual Estevill, de una trama de extorsión a empresarios, y que desde el pasado 26 de septiembre se encuentra cumpliendo la condena en la prisión de Quatre Camins. De la prisión ya se sabía, pero ahora la actualidad está en la resolución de la jueza de vigilancia penitenciaria, que le acaba de denegar el tercer grado carcelario solicitado que le permitiría pasar el día fuera de la prisión y acudir a ella sólo para dormir. Las penas tienen una doble función: por una parte, reinsertar/resociabilizar, función que es muy posible que esté ya cumplida por Piqué Vidal, al tratarse de un delincuente primario (primera condena), socialmente integrado, con una respetable posición social y situación normalizada. Y por otra parte, las penas cumplen una función de intimidación al conjunto de la sociedad y al propio delincuente para disuadirle, ante su rigor, de la comisión de nuevos delitos. Es decir, la finalidad de las penas va más allá de los efectos que produce para el delincuente particular, al proyectarse asimismo hacia el conjunto de la sociedad. Con la anterior filosofía, de nada le ha servido argumentar a Piqué que si se le permitiera salir de prisión durante el día tendría trabajo y arraigo familiar y social, porque, con buen criterio, la Justicia razona que en ese caso los que tuvieran trabajo y apego podrían delinquir con cierta impunidad y, además de aplicarle el tercer grado, la pena perdería su función de temor para la generalidad social. La Justicia ha sido igual para todos.