El gran enemigo

OPINIÓN

16 jun 2007 . Actualizado a las 07:00 h.

ESTÁ en desarrollo una acción, de ámbito europeo, en pro de la intensificación de controles de alcoholemia promovida por la Red Europea de Policías de Tráfico. Es de siempre la tempestuosa relación entre la ingesta de bebidas alcohólicas y la conducción de automóviles, tal como se deduce de trabajos especializados, simposios, congresos, etcétera. Sin embargo, sólo a partir de 1980 nuestra normativa legal se ocupa del asunto para introducir tímidamente prohibiciones de conducir vehículos de motor con determinadas tasas de alcohol en sangre. Tal vez no resultaba sencillo llegar a decisiones radicales en el tratamiento legal de esta materia. Al cabo de los años, no ha logrado la UE establecer tasas de alcoholemia uniformes para los países miembros, aun cuando desde su propio seno la Resolución 41/1980 de la Conferencia Europea de Ministros de Transportes admite que «los conductores bajo la influencia del alcohol son responsables de los accidentes graves y, sobre todo, de los mortales en entre el 30 y el 50% de los casos». Peor es notar que ni en la doctrina ni en la práctica jurídica se ha trazado la línea que separe claramente el ilícito penal del ilícito administrativo. Sentencias bien recientes han alarmado socialmente al no estimar delictuales homicidios causados por conductores con elevadas tasas de alcoholemia, porque no se apreciaba una forma temeraria de conducción. ¿Por qué entonces el Tribunal Supremo mantiene que «quien conduce un vehículo bajo influencia de bebidas alcohólicas incurre en imprudencia temeraria si causa resultado lesivo»? Hace unos pocos meses que un diario madrileño publicaba una esquela en la que los padres de una joven de 20 años explicaban que «el alcohol que otro bebió a ella la mató en un mal llamado accidente de tráfico». Y siendo ésta una historia que se repite demasiado, sirve terminar transcribiendo una conclusión que consta en exhaustivo estudio sobre esta materia de los forenses ferrolanos Quintanilla y Couce, en la que rotundamente abogan por la necesidad de «insistir reiteradamente en la absoluta incompatibilidad del alcohol con la conducción de vehículos».