Antes de la batalla

| XOSÉ CARLOS ARIAS |

OPINIÓN

06 jul 2007 . Actualizado a las 07:00 h.

EN EL singular estilo político del presidente del Gobierno, a veces desconcertante, algo se va haciendo más y más evidente: el manejo nada ingenuo de los tiempos, del modo en que las decisiones y los gestos políticos se disponen en el calendario. Ahora, cuando ya todo anuncia una interminable campaña electoral, y justo después de su éxito en el debate parlamentario, Zapatero descubre su carta de cambio de Gobierno, que parece algo más que un mero ajuste fino. Para empezar, porque da una clara señal de su apuesta por la mayor visibilidad de la estrategia reformista. Resulta paradójico -y un tanto injusto- que uno de los ministros que ha desarrollado una línea más rigurosa y perdurable de reformas, Jordi Sevilla, se vaya entre la percepción general de que no ha hecho nada. Su impulso de la mayor transparencia y control de las Administraciones públicas y los límites al autobombo institucional serán bien valorados en el futuro, pero es evidente que Sevilla no ha sabido venderlos, y eso se paga. Por lo demás, la remodelación viene a intentar tapar algunos agujeros importantes en la gestión del Gobierno. Ello es muy obvio en Vivienda -donde la nueva ministra deberá lidiar los problemas derivados del creciente pinchazo de la burbuja- y Cultura. En este último caso, el nombramiento de César Antonio Molina no habrá sorprendido a nadie, después de que su brillante dirección del Instituto Cervantes aprovechase bien la ola del éxito internacional del español (por cierto, no debe haber precedente de un ministro de Cultura que acabe de publicar un poemario en gallego). Los sectores culturales que más aportan al PIB recibirán bien un cambio que llevará a una política más seria y descentralizada. Por último, no está mal que se refuerce la tendencia a integrar en el Gobierno a quienes, como Soria y el propio Molina, han acreditado valiosas trayectorias profesionales, más allá de las meras hojas de servicio partidarias.