CUANDO UN presidente retoca su Gobierno a ocho meses de las urnas, se puede interpretar de dos formas. La más perversa es: que quema su último cartucho en una acción desesperada para recuperar su imagen, en vista de las encuestas y todo eso. Supongo que es una interpretación tan elemental que incluso se le habrá ocurrido a cualquier estratega del PP. La buena es pensar que se encuentra sólido, que quiere reforzar su proyecto y, por eso, no hace más que un pequeño cambio en las áreas que necesitan un lavado de fachada. La verdad, como siempre, se encuentra entre las dos versiones. A una crisis pequeña como la de ayer no hay que darle muchas vueltas: si se cesa a un ministro, es porque el ministro está quemado, o tiene que sacrificarlo para poner un nombre mejor. Todos los que cesaron o cambiaron estaban quemados en su ámbito: a Trujillo ya le aguantaron demasiado después de sus soluciones habitacionales y sus pisos de 30 metros. Carmen Calvo terminó por hartar a la vicepresidenta, que tenía que acudir de bombera a apagar sus conflictos. Jordi Sevilla andaba un poco sobrao . Y Elena Salgado irritó a sectores enteros, pero es buena gestora. Por eso la cambian de sitio. Eso es todo en la banda de los ceses. En cuanto a los que quedan, no se toca ninguna de las cuatro patas del banco: ni De la Vega, ni Solbes, ni Rubalcaba, ni Caldera. Quiere decirse que no hay cambio de política, sino de peones. Y en cuanto a los sucesores, es lo mejor de la minicrisis. Bernat es el prestigio científico. Molina, el respeto cultural. Chacón, la cara socialista. Y Salgado, el prodigio de hacer política sin competencias. Si se tiene en cuenta que Chacón va a ser cabeza de lista en Barcelona y Sevilla puede arreglar la crisis socialista de Valencia, ya tenemos todos los datos: lavado de cara e intención electoral. Dicho en otras palabras: con la ministra de la Vivienda cesante no se ganan unas elecciones. Con el cachondeo de política cultural que sufrimos, tampoco. Al menos, se transmite la sensación de que atiende a las quejas de la opinión. A partir de aquí, lo importante está en los efectos. Y los efectos son: que Zapatero lanza una señal al progresismo con Soria, y habrá que ver el rebote de la Iglesia ante un hombre que habla de clonación, células madre y biomedicina; que anula por unos días la polémica de las actas y deja sin sitio el esfuerzo argumental del PP; que corona con este golpe de efecto la recuperación de iniciativa que inició en el debate parlamentario; que ya nadie puede pensar en adelanto de elecciones, y que Zapatero está vivo. En otras palabras: Zapatero ha tenido que mostrar que está eufórico, no se rinde y, con ganas de seguir, prepara el terreno para ganar.