En su primer discurso como ministro de Hacienda ante el pleno del Congreso, Cristóbal Montoro estuvo a punto de montar un belén con su introducción: «Señor presidente, señor presidente del Gobierno, señores y señoras miembras del Gobierno, señores diputados...». Posteriormente no dio explicaciones, por lo que se ignora si el empleo de miembras fue un lapsus o militancia en algún movimiento en el que nunca hubiésemos imaginado al señor ministro.
No fue el caso de Bibiana Aído, quien siendo ministra habló de miembras, y al ver la polvareda insistió hasta casi provocar un motín como el de Esquilache.
Hay quien usa conscientemente el miembra de marras, más en América que por aquí. Aún recordamos las declaraciones de una dirigente de una asociación feminista española que insistía hace años en que ella era miembra y no miembro de la combativa organización.
Con el significado de ?persona que forma parte de un colectivo?, el sustantivo miembro se consideró masculino hasta tiempos muy recientes (María, el miembro más antiguo). Hoy se usa como común (María, la miembro más antigua), de manera que tiene la misma forma tanto cuando designa a un varón como cuando se trata de una mujer, pero en este último caso le corresponden artículos y adjetivos en femenino.
La tendencia de algunas personas a hacer espontáneamente femeninos terminados en -a a partir de sustantivos con la desinencia -o se explica por el gran número de casos que se ajustan a esta flexión (socio/-a, abuelo/-a, camarero/-a). Pero no es una regla absoluta. También hay femeninos con los que designa a varones (persona, víctima) y masculinos que se aplican a mujeres (bebé, alcaide, mimo), así como sustantivos comunes en cuanto al género, por lo que tienen una terminación única (pediatra, alférez, amanuense). Miembro es hoy uno de estos, por lo que las mujeres son miembros. Aunque si los hablantes se empeñan y las llaman miembras, acabarán siéndolo. Porque la razón de que se rechace miembra es el uso, y este puede cambiar.