Sostenía don Miguel de Unamuno que el nacionalismo se cura viajando. También los prejuicios. Basta con echar un vistazo a nuestro entorno para darnos cuenta de que problemas que tenemos enquistados desde hace décadas e incluso siglos, han sido resueltos por nuestros vecinos sin convulsiones ni dramatismos. Uno de ellos es el de las fusiones de las entidades locales, una asignatura pendiente de nuestra democracia, que ya fue aprobada en diferentes países europeos.
Sin quitar importancia a las extraordinarias reformas llevadas a cabo en Bélgica, Dinamarca o el Reino Unido, aquejados como España de minifundismo municipal, quiero hacer una breve alusión al caso de Alemania, que pasa de 25.000 municipios a 8.400. A estas alturas, no cabe duda de que una de las claves de la capacidad de reacción germana ante la crisis es la flexibilidad de sus estructuras administrativas. Mediante fórmulas avaladas casi siempre por el consenso de los grandes partidos, Alemania amolda su federalismo para lograr una mayor cooperación, y adapta su municipalismo para reducir entidades locales poco viables.
En España, sin embargo, son innumerables los proyectos de fusiones locales que naufragan, desde que se plantean por primera vez de forma general en 1860. Se sucedieron los gobiernos, cambiaron los regímenes, pero el tabú municipal permaneció inalterable. Muchos fueron los políticos y tratadistas que se dieron cuenta de que la atomización municipal nos llevaba a un callejón sin salida, y no obstante la gran reforma siempre quedó en el limbo.
A Coruña no fue ajena a estos movimientos. La historia registra intentos infructuosos de alterar el mapa municipal, como el del 13 de agosto de 1854 que unifica A Coruña, Alvedro, Arteixo, Cambre, Carral, Oleiros y Santa María de Oza. Duró algo más de un mes. No fue más duradera la unión decretada en 1868 por la que se creaba un ente que comprendía el municipio coruñés y los de Oza, Arteixo y Culleredo. En ambos casos, acontecimientos políticos ajenos al municipalismo dieron al traste con las expectativas.
También hubo trabas en contra del proceso de fusión de A Coruña y Oza. A pesar de ello, la unión sería un hecho en 1912, gracias a la tenacidad y capacidad de diálogo de hombres como don Juan Fernández-Latorre, que poco antes de fallecer estampa su firma en el documento definitivo. La historia de la ciudad cambia en esa fecha decisiva. La energía de A Coruña de entonces logra un marco territorial adecuado, sin el cual no hubiera sido posible su expansión posterior. Podemos afirmar que la Coruña moderna nace en 1912.
Cien años más tarde, los coruñeses, los gallegos y los españoles nos encontramos ante un dilema similar al que se encontró Juan Fernández Latorre en su faceta de estadista. Es un dilema que recuerda también el que tuvieron los vecinos países europeos de los que antes hablábamos. ¿Mantener el minifundismo local, cerrando los ojos a sus consecuencias, o superarlo mediante políticas inteligentes? No hay más opciones sobre la mesa. Un camino nos conduce a esa Alemania que supo racionalizar a tiempo sus estructuras locales; el otro nos lleva a Grecia, obligada por las circunstancias a realizar cambios que quizá lleguen tarde.
Para los que entendemos que gobernar es decidir y evitar que los problemas se pudran, la decisión no puede ser otra que avalar, impulsar y reforzar ese cambio trascendental que han iniciado los regidores de Oza dos Ríos y Cesuras, con el apoyo del presidente de la Xunta y el presidente de la Diputación coruñesa. Su unión hace la fuerza que Galicia precisa en estos momentos. Ellos han puesto en práctica un principio que hago mío: la sociedad no tiene que adaptarse a la Administración, sino la Administración a la sociedad.
Esa sociedad ha cambiado. Se producen procesos demográficos irreversibles, hay una mejora notable en las infraestructuras que rompe el aislamiento de muchos lugares y, sobre todo, nos enfrentamos a una crisis que exige maximizar recursos, evitar duplicidades y aplicar el rigor para mantener el Estado del bienestar. Con estos presupuestos, la fusión de municipios aparece como la respuesta adecuada.
¿También para ciudades como A Coruña? También para ellas. Cuando Oza y A Coruña decidieron unir sus destinos a principios de siglo, ambos núcleos salieron favorecidos porque ambos eran complementarios. Una localidad fundamentalmente rural se complementó con otra de servicios que necesitaba con urgencia ampliar su perímetro portuario. La resultante ha sido el área urbana más dinámica de Galicia. Pasados estos cien años, surgen nuevas complementariedades, en este caso entre A Coruña y municipios limítrofes con una vocación industrial que se verá incrementada con una de las dotaciones portuarias más importantes de Europa.
¿Por qué no? Los nuevos tiempos reclaman ideas nuevas. No estoy cerrado a ellas, partiendo del principio de que cualquier idea, por excelente que sea, se malogra si no va acompañada del diálogo, consenso y generosidad. En todo caso, me niego a pensar que no seremos capaces de hacer lo que hicieron nuestros vecinos europeos más avanzados, o lo que culminaron nuestros propios antepasados.
Definía Groucho Marx la mala política como aquella que busca problemas, hace un diagnóstico falso y aplica después los remedios equivocados. Es tiempo de soluciones, de diagnósticos apropiados y de remedios acertados. Es el momento de la Política con mayúsculas. En ella están las fusiones municipales. A Coruña fue pionera hace un siglo, y dos municipios coruñeses vuelven a serlo cien años después.