No podía ser de otra manera. Es una pena para Andy Murray, que empezó muy bien. Pero todo se torció cuando se cubrió el techo y perdió ese juego de veinte minutos. Era lógico que Roger Federer igualase los siete títulos de Wimbledon de Sampras y Renshaw y que se asegurase superar las 286 semanas como número uno de Pete Sampras. Justicia poética. La venganza de la técnica. Sampras fue un tenista enorme, rocoso. Su saque era una catapulta. Y su cabeza era un cubo de hielo. Sin apenas puntos débiles, reinó en la última década del siglo XX. El siglo XXI es otra cosa. Llegó primero Roger Federer, que el domingo volvió a besar la copa y parecía que no había sudado durante el partido. Y después se sumaron Nadal y Djokovic. Aun así, Federer interpreta el tenis como un genio. Parece que no se esfuerza, tal es la calidad de sus golpes. Ninguno de los tres gigantes que hoy están en las pistas han conseguido ganar el grand slam. Los tres estuvieron cerca. Hay que mirar hacia las chicas, a Steffi Graff cuando en el 88 logró los cuatro trofeos y además la medalla de oro olímpica (golden slam). El oro de Londres quema. Hay tres raquetas que lo quieren. Y Murray, otra vez en casa, también peleará por él. Un espectáculo.